Con todos los focos puestos en la Conferencia de Presidentes en Santander, el PSOE y Junts aprovecharon el viernes para reunirse en Suiza. Las citas en el país transalpino se han convertido en una constante dentro de la maltrecha relación entre el Gobierno y la formación separatista catalana. Con la ley de amnistía sin desplegar sus efectos jurídicos, la interlocución con Carles Puigdemont obliga al trágala de tener que desplazarse fuera de España para negociar los asuntos que marcan el devenir del país. Tras el órdago del expresidente el pasado lunes, exigiendo a Pedro Sánchez someterse a una cuestión de confianza, ambas formaciones concretaron una reunión inmediata para pulsar el estado de las negociaciones.
La tensión persiste y pese a que el objetivo sea seguir cultivando la entente y conseguir que las conversaciones para la aprobación de los Presupuestos, así como el cumplimiento de los compromisos previos pendientes se concreten cuanto antes, desde Junts no están dispuestos a aflojar el pulso. El resultado de la cita no ha sido el deseado. Horas después de la reunión en Suiza, el expresidente de la Generalitat no trasmite señales esperanzadoras para Pedro Sánchez. «Así no podemos continuar», traslada a los suyos, calificando de «balance decepcionante» el año de colaboración con el Gobierno para garantizarle su permanencia La Moncloa. En la formación neoconvergente se quejan de que «no ven avances» en los términos pactados y demandan un «cambio de actitud» por parte del PSOE que no se ha producido hasta la fecha.
Puigdemont cree que un año ha sido periodo suficiente para comprobar «la voluntad» del Ejecutivo para cumplir sus compromisos y pidió a los suyos prepararse para «asumir los costes políticos y también los costes personales» de la decisión que acaben tomando sobre su relación con el PSOE y con el Ejecutivo de Sánchez, algo que podría pasar por dejarles caer. «No hemos sido ni hemos querido ser nunca rehenes de nadie. Las zanahorias que nos pongan por delante o que nos hayan podido poner delante no nos engañan ni nos interesan. Queremos hechos, queremos cumplimientos y queremos ver que las cosas pasan y se hacen de manera correcta», exige Puigdemont.
En Junts toman conciencia de que sostienen a un PSOE en Madrid, con un PSC en el poder en Cataluña, que concentran actualmente más poder institucional que nunca, lo que, a su juicio, se traduce en consecuencias «devastadoras para la nación catalana». «Saben que mientras exista sentimiento nacional, habrá ambición y reivindicación nacional. Y esto significa que habrá conflicto hasta que no se resuelvan. Por eso ahora abocan todos sus esfuerzos a cargarse lo que genere orgullo y sentimiento de pertenencia, sentimiento nacional. Van absolutamente a la raíz, y van sin límites», critica el secretario general del partido, Jordi Turull, que también se desplazó el viernes a Suiza.
En el PSOE, por su parte, minusvaloran las continuas advertencias de sus socios. Consideran que Junts se mueve en un difícil equilibrio, ante sus votantes y en su pugna con ERC, en el que deben apretar sin ahogar. «Todo retórica», resume un dirigente socialista, restando trascendencia al pulso de Puigdemont. En Moncloa tratan de seguir la hoja de ruta marcada sin interferencias. Tal como publicara este diario, la orden de Pedro Sánchez a los suyos ha sido bajar el perfil al máximo y evitar cualquier choque público con Junts. La relación debe reconducirse en los despachos –con reuniones, como la del viernes, y con las negociaciones abiertas a varios niveles– y no el terreno de los medios y las declaraciones públicas.
Esto, porque en el Gobierno trabajan con la convicción de que Carles Puigdemont no tiene incentivos para dejar caer al Gobierno, al menos, hasta que pueda beneficiarse de la amnistía, y pese a los coqueteos con el PP, el propio Sánchez cree que consolidar esa alianza perjudicaría políticamente a ambos actores: Junts no puede acercarse a Vox y en diversos sectores del PP no comulgan con un alineamiento político con los independentistas. Esto no es óbice para que Junts pueda seguir jugando a dos barajas y complicarle, de facto, la existencia al Ejecutivo. En Moncloa están dispuestos a ceder, a jugar fuerte y a deshacerse en gestos. Esto ha llevado a que el Sánchez siga manteniendo viva la expectativa de llegar a reunirse e incluso fotografiarse con Puigdemont. Una instantánea que se reservaría para culminar la negociación presupuestaria, y que el presidente defiende «por coherencia» con la normalización en Cataluña.