El periodo de interinidad que va desde que un presidente de Estados Unidos pierde las elecciones (noviembre) hasta que su sucesor toma posesión del cargo (enero) no suele ser tiempo para grandes sorpresas, más allá de ver a mandatarios más desinhibidos de lo normal y con el gatillo fácil para tomar medidas políticamente incorrectas (indultos, por ejemplo).
En esta ocasión, como viene siendo habitual, no se prevén grandes cataclismos como el que en 1860 sacudió a Abraham Lincoln cuando siete estados del sur aprovecharon el vacío en la Casa Blanca para separarse de la Unión ante la falta de firmeza de su predecesor, James Buchanan, y con la esclavitud por bandera. Aquello terminó en una guerra civil.
Ahora, y una vez descartado que masas enfurecidas alentadas por un enérgico Joe Biden asalten el Capitolio, como ocurrió hace cuatro años con las huestes de Donald Trump, la emoción está en saber hasta qué punto el presidente demócrata es capaz de boicotearse a sí mismo el final de su mandato.
Porque, desde que el 5 de noviembre su sucesora Kamala Harris perdiera de forma estrepitosa las elecciones, Biden parece empeñado en dar la razón a aquellos que le han colocado el sambenito de ser un “pato cojo” (“lame duck”), un candidato ya amortizado que se convierte en una pesada rémora para su propia causa.
La llegada a la Casa Blanca, en loor de multitudes, de Donald Trump (elegido “Persona del Año” por la gracia de la revista Time) se le está haciendo larga, muy larga, a los líderes del Partido Demócrata, que no saben ya cómo deshacerse del viejo jefe.
Estas son algunas de las polémicas decisiones que le han acompañado en el final de su mandato. Y todo parece indicar que aún habrá tiempo para alguna más.
Empezamos por la medida más polémica y, como era de esperar, cuestionada: el indulto para su hijo Hunter, que en junio había sido declarado culpable de delitos relacionados con la posesión ilegal de armas y en septiembre admitió nueve delitos fiscales para evitar ir a prisión.
El perdón es además “total e incondicional” y abarca “cualquier otro delito contra los Estados Unidos que él haya cometido o pueda haber cometido o participado durante el periodo comprendido entre el 1 de enero de 2014 y el 1 de diciembre de 2024”, fechas que coinciden con los años en los que estuvo al mando de la empresa de gas ucraniana Bursima y con el tiempo que el hijo presidencial ha estado haciendo negocios en el extranjero, incluso en China.
Biden había negado tajantemente que tuviera intención de tomar esta medida. Las cosas parecen haber cambiado mucho.
Diez días después, el presidente saliente indultaba a 1.500 personas en régimen de reclusión domiciliaria y a otros 39 condenados por delitos no violentos, en lo que supone la mayor concesión de clemencia en un solo día en la historia moderna, según dijo la Casa Blanca en un comunicado. Y habrá más.
No es la primera vez que se toma una medida de este tipo. Bill Clinton emitió 140 indultos y 36 conmutaciones de penas en su último día en el cargo, algunas muy polémicas, y Trump se sumó también a esta moda con un indulto a 74 personas y la conmutación de 70 penas que benefició, entre otros, a su ex estratega político Steve Bannon. Pero la de Biden ha superado todos los límites.
En la relación de polémicas de estos últimos no podía faltar un desliz que hizo honor a una de las chanzas de Trump contra él que más éxito han tenido: la de “sleepy Joe” (“dormilón Joe”), en referencia a su incapacidad para mantener la atención en lo que le rodea.
En el transcurso de una mesa redonda durante su reciente viaje a Angola, y mientras estaba hablando el presidente de Tanzania, Biden comenzó a llevarse los dedos a las cuencas de los ojos, un gesto común en los dolores de cabeza. No obstante, tras ello, Biden cerró los ojos y así los mantuvo durante más de un minuto.
[[H3:Ausencia en la reapertura de Notre Dame… y en los grandes asuntos]]
También muy comentada ha sido su ausencia durante los actos de reapertura de la catedral de Notre Dame de París (donde sí estuvo su esposa), a los que sí acudió Donald Trump, que se llevó todos los focos en una cesión de protagonismo que los demócratas consideran innecesaria.
Este traspiés diplomático está en consonancia con la discreta participación que ha tenido el todavía presidente ante los últimos acontecimientos internacionales, desde la guerra de Ucrania hasta la caída de Al Asad en Siria.
Biden ha solventado ambos asuntos con apenas unas declaraciones sin profundidad que no han sumado (ni restado) nada a la presencia de Estados Unidos en ambos escenarios. La atención está ya irremediablemente centrada en Donald Trump y no en el “pato cojo”.