Ganar un premio que lleva el nombre de David Gistau es el mayor honor al que puede aspirar un columnista, un cronista o un híbrido entre ambos registros, que es lo que fue David, un anfibio que cambiaba de hábitat sin problema y siendo capaz de mantener en todo momento un sello inconfundible e inimitable. Él fue, sin duda, el mejor en ambas disciplinas. En mi opinión un buen columnista debe tener cultura, sentido del humor, acidez, mala leche, creatividad, pulso literario, cierta cosmovisión y un amplio conocimiento de la actualidad. Y ha de tenerlo en la dosis adecuada: demasiado humor te convierte en monologuista, pero demasiado poco te convierte en un escritor de homilías intentando salvar el alma del lector. Demasiada cultura te convierte en un ensayista , algo a evitar, pero demasiada poca te convierte en un parroquiano de barra de bar . O peor aún, en un tuitero . Demasiada literatura hace de ti un narrador o un poeta frustrado, pero demasiada poca te convierte en un redactor de teletipos. Demasiada mala leche te convierte en un amargado, en un resentido que odia aquello que relata, pero lo contrario te lleva a ser inofensivo, que es lo peor que se puede decir de nosotros. Cada columnista destacamos en alguno de estos aspectos. Solo David Gistau era sobresaliente en todos, «el columnista total», como dice Ignacio Camacho. Hasta el punto de que creo poder afirmar que el columnismo y el cronismo de los últimos veinte años se resume en el arte de acercarse a Gistau. Un columnista es bueno cuanto más se parece a David, parece que sido capaz de convertirse en el estándar, en el normalizador de esta disciplina, de este arte. Antes lo fueron Umbral y Alcántara, y un poco antes Camba o Ruano. Pero desde David, creo que todo es David. El resto somos buenos o malos en comparación con él. Y esto no solo me parece bien, sino que además me parece de una justicia irreprochable y de una inteligencia indiscutible, es evidente que un pintor quiere aprender de Velázquez , un músico de Thomas Newman y un futbolista de Maradona . Un torero quiere aprender de Morante, un cocinero de Adrià y un columnista de Gistau. Porque todos ellos son los mejores en lo suyo. Y el resto vamos detrás, como mandan los cánones, como manda la vida. Pero todas esas cualidades que he enumerado no son nada sin las más importantes, que van unidas: libertad y valentía . La libertad para ser independiente y la valentía para asumir las consecuencias, que no siempre son agradables. Porque les advierto que se pasa miedo. No es un miedo físico, pero sí una sensación desagradable constante, una sombra interior que no te abandona, como cuando habías suspendido y aun no lo habías dicho en casa. Es lo que pasa cuando dices la verdad: que decepcionas a los que no se la creen y que molestas a los que no quieren que la digas . Y esa gente es capaz de destruirte, como estamos viendo. Ante eso solo hay dos salidas: o irte a tu casa o decir aun más verdad. Lo que no cabe es la cobardía ni la búsqueda gregaria del calorcillo lanar del rebaño, de 'los nuestros'. Yo, como nunca he sido de los nuestros, no tengo este problema. Pero, en esto, en la valentía y la libertad, también fue el mejor Gistau. Y es lo que quiero reivindicar hoy delante de todos vosotros. Hay una diferencia entre deberte al lector y obedecerlo. Hay una diferencia entre liderar y pastorear . Hay una diferencia, sobre todo, entre el servicio y la servidumbre y Gistau hizo algo que yo no había visto nunca, que era amargar a sus lectores el primer café de la mañana, diciendo de vez en cuando lo contrario de lo que queríamos oír. Yo recuerdo cerrar el periódico de golpe, tirarlo en la barra como si fueran las llaves al entrar en casa y mirar a los lados indignado, como necesitando comentarlo con alguien. Luego se me pasaba y me daba cuenta de que tenía razón, claro, y que alguien tenía que decirlo. Y ese alguien era él, no había otro. Esa valentía es importante . Es muy sencillo hablar contra lo woke desde medios de derechas, pero lo valiente es hacerlo desde medios de izquierdas. En los medios liberales y conservadores tenemos otros retos, como alertar a nuestros lectores de los peligros del populismo , de la amenaza que supone la extrema derecha para el estado liberal, de cómo el nacionalismo, que es la base de todo el mal del siglo XX , está llamando a nuestras puertas dentro de un Caballo de Troya de patriotismo, fe y decencia . Decir eso es lo valiente. Y es lo que haría David. Lo otro es solo el espejismo de la valentía, que es otra forma de cobardía y, lo que es peor, de faltar al respeto al lector al tratarlo como un niño, como alguien idiota o como una piraña sedienta de sangre. De eso se trata, de molestar un poco, de agarrar por la pechera a quien te lo pida. Porque esto es libre, nadie te obliga a leer a un columnista y puedes dejarlo cuando quieras. Pero lo de la pechera no es epatar por epatar, está bien ser «terrible» cuando eres un 'enfant', pero comienza a ser ridículo con un examen de próstata en veinticuatro horas. La provocación es solo un medio, la consecuencia de ser tú mismo, de decir lo que tienes que decir, de la honestidad brutal de Calamaro , de cruzarte al otro pitón, y no por afán suicida, sino porque es el único lugar desde el que puedes hacer la faena que quieres hacer. Si tu único discurso es provocar, lo más probable es que no tengas discurso . Y eso nos lo enseñó David, la contención como base del columnismo, el desapasionamiento como base de la crónica, la lima contra el exceso lírico, contra el exceso de pose, contra todo tipo de amaneramiento formal e intelectual, contra la saturación de intensidad. Porque se ha hablado mucho de la perspectiva como base de la opinión, pero de David aprendimos que más importante aún es la distancia; que está muy bien conocer todos los puntos de vista antes de interpretar el objeto, pero que está mucho mejor que el mirador desde el que te sientes a hacerlo esté lejísimos. No se puede escribir como si te fuera la vida en ello, no se puede entender el columnismo como la política por otros caminos, nosotros solo somos escritores, escritores en periódicos, y a veces ni siquiera eso. Por supuesto que, como decía antes, un columnista debe tener una cosmovisión, pero nunca un programa electoral . No se puede trabajar para decir lo que le conviene a un partido o lo que crees que quiere oír tu lector. No estamos para eso, estamos para otra cosa y hay que escribir como el que rellena los datos del padrón municipal, como quien pone el ticket del aparcamiento, con ese desapasionamiento que solo da la madurez, el refinamiento de las papilas gustativas y haber leído a Gistau. Desconfíen de los que bebemos Campari, es como un tatuaje del talego, una cicatriz de espejo. A los que les gusta el Campari es porque ya lo han probado todo y nada les vale, nada les llena, el ron, el whisky, el vino, las burbujitas, la pajita esa de la hierbabuena . Y ya da igual, se necesita otra cosa, el puñetazo de bilis, la hiel como aspiración, el masajista que te mete el dedo en la contractura, el niño que te aprieta el moratón para ver si duele. Y sí, sí que duele, claro que duele. Siempre duele. Pero no podemos evitarlo, ya estamos cansados de zumo de naranja de bote, de toreros 'llenaplazas' y de columnistas mediocres: somos adictos a esa barrera que el cerebro te pone, como avisándote de que eso no puede ser bueno. Éramos adictos a David, a la vida sin artificios, a sus bombas lapa derribando atriles, a enviar cabezas de caballo en forma de margaritas recién cortadas, a no tomarse demasiado en serio nada de lo que pueda pasar en el circo de la política para no acabar resultando caricatos, líderes de sectas ni segmentos demoscópicos. La actualidad huele a bata de churrero . La política hiede y el otro día hablaba con Chapu de que tenemos la sensación de estar volando en círculos, de estar malgastando páginas diciendo chorradas, analizando frases hueras de personas que no lo merecen, que somos ingeniosos porque si nos pusiéramos serios acabaríamos como esos columnistas que dedican páginas enteras a decir que no hay que quemar los bosques . ¿Qué decimos? ¿Qué hay que respetar la separación de poderes? ¿Qué un cristiano no es mejor que un musulmán? ¿Qué está feo robar? ¿Qué haría David? Esa es la pregunta. ¿Cómo enfocaría David esto? Ahí estamos todos, me temo, lo hablo con mis amigos, algunos de los cuales fueron también los suyos: Pery, Luis Enríquez, Garci, Ángel Antonio, Reverte, Cuartango . Habría que ir saliendo poco a poco de esa pregunta, pero a mí no me da la gana, o al menos no todavía. No hay nada de malo en seguir el faro de David. Otros faros son peores. La actualidad, gracias a Dios, tiene las horas contadas y al final da igual el faro que elijas porque cada columna es un naufragio, una falla valenciana que arderá y se olvidará. Y solo queda el recuerdo, que es la forma superior de la substancia. El recuerdo de Gistau, que, no tengo duda, se reiría de todo esto que decimos de él. Supongo que se escondería, lleno de pudor y de vergüenza ajena, a escuchar un poco de rock and roll y a pensar en cómo encajar a Vinicius con Mbappe . Que, por supuesto, es lo único que importa. Muchas gracias a Vocento, a Unidad Editorial, a los patrocinadores, a mis compañeros, al jurado y a todos los que creéis que quizá me lo merezca.