¿Por qué invertir en España? Es la pregunta que me hacen en mi casa matriz cada vez que pujo, como los directores de otras filiales a lo largo de Europa y del mundo, por traer cualquier gran proyecto, inversión, centro de I+D, de producción avanzada... En ese momento me convierto en el embajador de España ante mi corporación y frente a mí, compitiendo por el mismo objetivo, tengo a los embajadores de Alemania, Países Bajos, EE.UU. o China. Entonces, hago recuento de los argumentos que tengo para convencerles. Como no soy Julio Verne, no creo que ninguno de esos argumentos pueda ser demolido por una fuerza superior. Pero sí por el hecho de no ser suficiente. La primera cuestión que me van a plantear es acerca de nuestro atractivo como país. Aquí llevo las de ganar. No sólo somos envidiables por nuestra cultura, clima, gastronomía… También lo somos por nuestras infraestructuras, con la mayor red ferroviaria de alta velocidad de Europa, la mayor tasa de penetración de fibra óptica y la tercera en banda ancha. Por nuestros recursos naturales, que nos convierten en uno de los mejores lugares del mundo para realizar la transición energética y afrontar retos como la descarbonización y la economía circular, indispensables para afrontar el cambio climático. Nos estamos consolidando además como un hub tecnológico de referencia que atrae a cada vez más empresas y somos, por ejemplo, uno de los grandes destinos para la inversión en centros de datos. Me preguntarán por nuestro capital humano, y aquí también tengo sólidas razones. No debemos olvidar que España está por encima de la media europea en número de doctores y en licenciados en educación superior. Contamos con ingenieros y científicos reconocidos en todo el mundo, y no es de extrañar que casi a diario veamos noticias con nombres y apellidos españoles sobre hallazgos, avances en investigaciones y participación en grandes proyectos de alcance internacional. En concreto, podemos presumir de ser uno de los diez países más atractivos del mundo para atraer y retener talento digital, con Madrid, por ejemplo, a la cabeza en el desarrollo de tecnologías emergentes en el sector de la IA. Y cualquiera de mi corporación que venga puede constatar la capacitación de la gente, su solvencia profesional y su disposición a innovar y a tomar riesgos. Sí debemos mejorar en la incorporación de talento femenino, especialmente en áreas técnicas y tecnológicas, pero al menos puedo decir que, en mi sector, este año el empleo femenino ha logrado su mayor proporción histórica, situándose en el 44,4%. Y en las áreas de I+D representa el 55%, una tendencia que esperamos que vaya calando en otros sectores. Todo esto, reforzado por un potente ecosistema. De hecho, la industria química se ha consolidado como el segundo mayor sector de la industria española, tras el alimentario, tanto en relación con su cifra de negocios como en términos de valor añadido bruto, manteniendo en el 6,1% su contribución al PIB. Si hablamos de traer un proyecto de alto alcance innovador, me interpelarán sobre el estado de la innovación en España. Aquí sí que podríamos mejorar. Siendo la decimocuarta economía del mundo, ocupamos el puesto 25 en inversión en I+D o el 29 en último índice mundial de la innovación. Pero sí puedo decirles que este país ha suscrito un ambicioso Pacto por la Ciencia, que se fija el objetivo de que su inversión en I+D alcance el 3% del PIB en 2030. Si lo consigue, estará muy cerca del top 10 de países innovadores. Eso sí, será complicado explicar que, con un 1,49% del PIB en 2023, todavía estamos a mitad del camino. Y una vez hemos llegado a la final y quedamos apenas dos o tres países en liza, me van a terminar preguntando por lo que más temo: el sistema regulatorio y las condiciones fiscales. Porque aquí es donde voy a tener el mayor problema para 'vender' mi filial como destino de inversiones. Mi empresa, como cualquier multinacional, necesita marcos jurídicos, legislativos y fiscales predecibles en el tiempo, que en vez de incertidumbre, generen confianza a la hora de acometer esos grandes proyectos que implican una importante inversión. En concreto, necesitamos en España reforzar la financiación de la I+D+i. Y hacerlo conforme a unos parámetros comunes, claros y estandarizados, que eviten incertidumbres en la interpretación. En España estamos sensiblemente por debajo de países como Francia, Italia o Reino Unido en generación y aplicación de las deducciones fiscales a I+D+i, que son la primera y básica herramienta para estimular la inversión empresarial. Además , urge adaptar los conceptos de I+D+i a la realidad empresarial actual y al cambio tecnológico, especialmente en lo que se refiere a áreas como el software o la inteligencia artificial. Necesitamos también procesos más ágiles, desburocratizados y transparentes para poder desplegar rápidamente los proyectos. Y una mejor conexión entre administraciones, no sólo con las regionales y autonómicas, sino también dentro de la propia administración central. Dijo Samuel Johnson que se puede tener por compañera la fantasía, pero se debe tener como guía la razón. No es fantasía el potencial que tenemos como país para ser un referente en innovación, modernidad y riqueza que se traduzca en bienestar para la sociedad. Pero la razón me la aporta mi experiencia internacional y conocer la innovación que se hace en otros países, los mecanismos que la rigen y el apoyo que recibe por parte de sus administraciones, que la ponen en el centro sus políticas y actuaciones. Empresas como la que represento hemos conseguido traer grandes proyectos a España que han contribuido a dinamizar la industria y la economía en las zonas y regiones donde los hemos puesto en marcha. Y tenemos el compromiso y la vocación de traer muchos más. Pero cuando nos preguntan por qué invertir en España, no nos basta con fantasías bien fundadas y algunas buenas razones. Necesitamos todas y que sean las mejores. La mejor noticia es que, si nos lo proponemos, podemos tenerlas.
