La cirugía plástica se ha vuelto casi obligatoria para los políticos, mujeres y hombres. Pantallas de todo tipo acercan los rostros como no lo hacían antes, revelando estragos de la edad. Las audiencias, que son los electorados, quieren rostros jóvenes, o por lo menos juveniles, conseguidos no importa por qué medios.
Hubo un tiempo en que la mujer en la política era una parodia de lo masculino, en la apariencia, en el gesto, en la conducta. Sucesivas revoluciones feministas han cambiado eso, y aunque al inicio no lo parecía, hoy arreglarse la cara es una forma de afirmación de género, cualquier género. Nadie gana nada vistiendo arrugas o abultamientos.
No todos están de acuerdo. Es célebre la frase de Anthony Youn sobre la diputada Nancy Pelosi, de 71 años: “Una mujer de su edad no se debería ver tan bien”. No se sabe si eso fue una crítica o un extraño piropo. El hecho es que cada vez más mujeres en la política compiten en frescura y glamour con las del mundo del espectáculo.
Hay diversos grados, desde el modesto bótox para inflar un poco ciertos rasgos, hasta transformaciones completas capaces de producir una belleza nueva y un rostro casi desconocido para quien lo recibió. La calidad del procedimiento es decisiva para el resultado, y en eso el cirujano plástico ha reemplazado al costoso peluquero de moda.
El juicio público sobre la apariencia de las políticas es mucho más severo que el juicio sobre los políticos, y entonces hay muchas más políticas operadas. Además, en ellas pasar de teñirse el pelo (si fuera el caso) a cambiarse partes clave del rostro es mucho más fácil. Por eso también muchas de ellas lo hacen.
Pero no siempre es necesario pasar bajo el bisturí. En otros años, la israelí Golda Meir y en estos, la alemana Angela Merkel o la británica Margaret Thatcher evidentemente no lo hicieron. A simple vista, un buen número de actuales parlamentarias ha prescindido de la cirugía, hasta ahora. Pero uno que otro varón parece haberse ayudado.
Los filósofos del tema hacen notar que la mayor parte de las cirugías plásticas no son una eliminación del envejecimiento, sino una negociación con él. Hay quienes salen ganando y quienes pasan a vivir algo así como un cotidiano empate con su propio rostro.