El 9 de diciembre es un día para reflexionar sobre 200 años de historia republicana, marcada por luces y sombras. Nos recuerda el heroísmo y la gloria de nuestras Fuerzas Armadas que, con sus aciertos y errores, forman parte de la memoria que sostiene nuestra identidad como nación. Sin embargo, también nos confronta con el presente: degradación institucional, individualismo exacerbado y un escenario político fragmentado con decenas de partidos en disputa y reglas electorales en constante cambio.
El Perú enfrenta enormes desafíos que demandan de quienes hacemos política amor por el país, capacidad de sacrificio y un compromiso profundo con el bien común. La autoridad no se construye sin servicio ni humildad, y el progreso no es posible sin priorizar a la comunidad sobre los intereses personales.
Pero nuestra historia también está llena de resiliencia. Es la historia de madres que sacan a sus hijos adelante, de hombres y mujeres que han construido oportunidades desde la adversidad; de ollas comunes que reflejan solidaridad; de voluntarios que han puesto manos y corazón para avanzar. En medio del caos y el ruido, seguimos encontrando motivos para sonreír, porque eso es ser peruano: resistir, trabajar, creer y confiar en que la unidad puede transformar la confusión en esperanza.
Ayacucho, que significa “rincón de los muertos”, nos recuerda tanto el dolor como la lucha por la libertad. En esa sangre derramada hay sufrimiento, pero hay más honor y amor por la patria y la familia. Que esa memoria nos inspire a enfrentar los retos del presente con sensatez y sentido común, construyendo un futuro más justo, no desde la resignación, sino desde el trabajo comprometido y la fe en nuestra capacidad de resistir y renacer. Que nuestra historia sea bandera de esperanza, sostenida en trabajo, acción y unidad.