En una de las novelas de Fiódor Dostoievski, un personaje invita a sus interlocutores a contemplar el mundo con un amor absoluto y abarcador. «Amad a toda la creación en su conjunto y en sus elementos», dice, señalando que este amor no debe ser un mero sentimiento, sino una apertura hacia el misterio divino que yace en cada criatura. Es una llamada a vivir con un corazón abierto, en un estado de profunda comunión con lo que nos rodea.