Confianza y Sánchez son palabras que juntas componen un oxímoron. No queda nadie que pueda confiar ya en un político al que sólo le falta traicionarse a sí mismo. A estas alturas no hay ninguna persona, institución o partido –salvo quizá Bildu– a los que no haya incumplido una promesa, una oferta, una palabra, un compromiso . No cabe, pues, llamarse a engaño, y menos si se trata de Puigdemont, que estaba o debía estar sobre aviso cuando accedió a facilitar la investidura sin cobrar por adelantado la amnistía que exigió a cambio. Ambos sabían que el resultado final de la transacción no estaba en sus manos porque los tribunales no iban a pasar por el aro y ahora es...
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