Trece años después de que estallara la guerra civil en Siria –un conflicto que ha matado a 500.000 personas y ha provocado seis millones de refugiados– el brutal reinado del dictador sirio Bachar al Asad llegó a su fin. El sábado por la noche, Asad huyó del país y el movimiento rebelde invadió Damasco en una impresionante toma del poder que se desarrolló en apenas diez días.
Los gobiernos europeos han recibido este acontecimiento con una grata sorpresa –y también con una profunda incertidumbre–. Ya hay inquietudes sobre lo que vendrá después, dado el profundo fracaso de las recientes transiciones regionales, como la de Libia; temores sobre la naturaleza islamista de Hayat Tahir al-Sham (HTS), el antiguo grupo de Al Qaeda que lidera el movimiento rebelde; temores sobre la intensificación del caos, la violencia y la fragmentación en medio de una posible transición controvertida; y temores sobre la posibilidad de que el conflicto entre Turquía y los kurdos sirios le dé al ISIS un nuevo espacio para explotar.
Los europeos deben, ante todo, concentrarse en la gran oportunidad que presenta la caída de Asad, reconociendo que el derrocamiento del principal factor de inestabilidad, violencia brutal y éxodos de refugiados de Siria ha desaparecido.
Los gobiernos europeos deben considerar lo que sucede en Siria, un Estado clave del Mediterráneo, como un interés estratégico central, y canalizar una atención política y recursos significativos para apoyar una transición inclusiva, liderada por los sirios y con reparto del poder, y una reforma más amplia. Esta es la única vía viable para asegurar los intereses europeos, ya sea la estabilidad regional y la prevención de nuevos conflictos y terrorismo; permitir que millones de sirios regresen finalmente a su país; o diluir permanentemente la influencia regional hostil de potencias externas como Rusia.
En medio de la preocupación, la mayor esperanza debería estar ahora en la capacidad de acción de los propios sirios. Ellos, más que cualquier extranjero, anhelan una transición estabilizadora, habiendo ya internalizado el costo del conflicto. Y el HTS es quizás el ejemplo más claro de esto: ha moderado su posición ideológica, ha roto con Al Qaeda y se ha comprometido con un proceso inclusivo que proteja los derechos de todos los sirios, como lo demostró su acercamiento inicial tranquilizador a las minorías del país. También ha trabajado rápidamente para proteger las instituciones estatales, incluyendo inicialmente mantener en su puesto a Mohammed Ghazi al-Jalali, el último primer ministro de Asad, para evitar que el país caiga en un nuevo caos.
Aunque los estados europeos necesitan abordar la situación con considerable cautela y modestia, deberían trabajar rápida y significativamente para incentivar una trayectoria positiva.
Los gobiernos europeos pueden comenzar por extender un nuevo respaldo a la perspectiva de un proceso sin fisuras, apoyado por la ONU, que puede -en medio de la cacofonía de actores- ser el único medio de reunir a varios actores internos y externos. También pueden intensificar el compromiso con Turquía, que tiene influencia sobre los rebeldes, para presionar por un enfoque inclusivo. Esto incluiría dar a los kurdos sirios una vía política hacia la integración dentro de las nuevas estructuras estatales sirias que aborden tanto sus necesidades como las preocupaciones turcas sobre la autonomía kurda.
Pueden tratar de incentivar la moderación continua del HTS, incluso mediante un compromiso directo y exenciones de sanciones si el grupo respalda un enfoque inclusivo. Los europeos también pueden proporcionar un apoyo humanitario y económico más inmediato, incluso mediante un rápido levantamiento de las sanciones sectoriales. Deben tener cuidado de no impulsar una nueva economía de guerra, pero deben proponer apoyo a la reconstrucción y un rápido acuerdo comercial si se puede asegurar una transición política inclusiva.
En medio de temores de que el avance rebelde reavivara la guerra civil de Siria, la caída del régimen fue mucho más rápida y menos sangrienta de lo que cualquiera podría haber imaginado -especialmente dada la creencia de que Rusia e Irán continuarían su apoyo a Asad. Pero el continuo vaciamiento de su régimen finalmente lo dejó indefenso. Turquía, que apoyó a los rebeldes, también parece haber llegado a un acuerdo con Moscú, Teherán y otros estados árabes –facilitado por el acercamiento de la oposición– para retirar su apoyo al régimen y aceptar la remoción de Asad.