La dimisión y próximo reemplazo de la junta directiva que siempre apoyó el periodismo necesario en estos tiempos difíciles me obliga a renunciar a los cargos de editor general corporativo y director de La Nación.
La democracia costarricense, como la de tantos otros países, está en peligro. El periodismo debe ser trinchera para defenderla, sin importar la incomprensión de las mayorías construidas sobre la base de espejismos. Las mayorías son transitorias y siempre regresan al amparo del Estado de derecho, o cuando menos, lamentan haberlo perdido. Ese retorno, antes de que se haga tarde, requiere entereza para decir la verdad a las mayorías, sin importar las consecuencias. Ese es el llamado del periodismo independiente.
Mi amigo y colega Julio Rodríguez, cuyas columnas y editoriales dieron brillo al periódico, afirmó: “Si La Nación no existiera, Costa Rica sería diferente. Si ha habido un periódico en América Latina que se ha entregado a defender los valores democráticos, ha sido La Nación. No es un periódico que se vende solo para hacer dinero”.
Participé durante décadas y con orgullo de esa tradición, pero nunca la sentí tan indispensable como ahora. Cuando explico a terceros el escrupuloso respeto por la independencia editorial y el muro entre los intereses comerciales y la labor de la Redacción, a menudo reaccionan con escepticismo, pero las páginas de La Nación recogen incontables pruebas.
Abundan las publicaciones contrarias a los intereses de la empresa y sus accionistas. La resistencia del diario ante las presiones económicas desatadas desde el poder se ha hecho evidente a lo largo de décadas. Desde el siglo pasado, resistimos la manipulación gubernamental de la pauta publicitaria oficial y hasta la demostramos en los tribunales.
En días más recientes, nos defendimos de la injusta afectación de actividades económicas del grupo empresarial y mantuvimos nuestra línea informativa y editorial.
Todo eso es posible cuando hay fidelidad a la misión del medio. En su ausencia, solo queda un negocio de espectáculos públicos y bienes raíces. Ojalá la nueva junta directiva y los accionistas promotores del cambio permanezcan comprometidos con los mismos valores, que solo merecen llamarse así porque hay voluntad de enfrentar su costo.
Despejar el camino a la nueva administración es un deber que cumplo con la satisfacción de haber intentado hacer lo correcto hasta el último minuto. En consecuencia, decliné la amable petición de los nuevos conductores para que permaneciera al frente del diario, pero les ofrecí, amén del preaviso, un tiempo razonable para lograr una transición ordenada.
Si algún mérito tuvo mi gestión, se lo debo a los compañeros y amigos de ahora y de antes. Para ellos, para la empresa donde laboré toda la vida y para ustedes, amables lectores, mi agradecimiento.
agonzalez@nacion.com