Donald Trump tendrá su primer evento internacional como presidente electo de Estados Unidos este fin de semana, cuando participe de la inauguración de la recién restaurada Catedral de Notre Dame, cinco años después de un devastador incendio. La invitación al republicano vino directamente del presidente francés, Emmanuel Macron. Se trata de una oportunidad que para evidenciar su gran regreso al escenario global, lo dice todo sobre el poder que fluye rápidamente de vuelta hacia el presidente electo, a seis semanas de comenzar su segundo mandato.
Y ese mandato llega con muchas expectativas sobre la relación de Trump con Europa. Mientras en Estados unidos las demandas del presidente electo a los aliados europeos pueden resonar profundamente entre los actores clave del Partido Republicano y el electorado más conservador, algunos académicos advierten que el proteccionismo 2.0 que aseguran podría implementar resultaría, en última instancia, contraproducente.
Según el profesor de American University Emilio Viano, “en lugar de hacer que Europa dependa menos de las garantías de seguridad de Estados Unidos”, una política mal implementada de Trump “corre el riesgo de dejar al continente más vulnerable tanto a la agresión rusa como al dominio económico chino”.
Europa, por su parte, parece que se está preparando para lo peor, aunque de manera fragmentada y descoordinada, señala Viano.
Algunas de esas muestras de preparación son, por ejemplo, los escenarios basados en la disuasión que adelanta la Comisión Europea, anticipándose a un choque comercial casi inevitable con Estados Unidos, mientras que los gobiernos de los estados miembros se esfuerzan por ganarse el favor de posibles figuras de una futura administración Trump.
Para los expertos, la idea es “asegurar aunque sea un mínimo de buena voluntad o, en el mejor de los casos, un trato preferencial sobre otros europeos en cuestiones de gasto en defensa o negociaciones comerciales”, afirma Viano.
Hasta el momento, y durante la campaña, Trump dijo que sus metas frente a Europa eran reducir el déficit comercial de Estados Unidos con la UE e impulsar a los aliados europeos a asumir una mayor parte del gasto en defensa.
Los seguidores del presidente electo no creen que estos sean objetivos radicales; de hecho, defienden que reflejan intereses nacionales duraderos de Estados Unidos y hasta cuentan con considerable apoyo bipartidista. Tanto el reparto de cargas como la salvaguarda de ventajas estratégicas en sectores industriales clave han sido también pilares del enfoque de la administración Biden. Lo que realmente molesta (o más bien preocupa) a la clase política es que se convierta en un tema más de forma que de fondo, es decir, que se maltraten las relaciones con Europa.
Académicos coinciden en que la Administración Biden comprendió una verdad crucial: Europa puede aportar más solo si actúa colectivamente. Este reconocimiento explica por qué, quizás por primera vez en la historia, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen ha emergido como una figura central en las relaciones transatlánticas. En parte debido a los vacíos de liderazgo en Berlín y París, y en parte como un reconocimiento implícito de la creciente autoridad de las instituciones de la UE, Washington profundizó su compromiso con Bruselas, a menudo a expensas de las relaciones bilaterales con los estados miembros.
Este enfoque fomentó una mayor unidad europea. Aunque Biden no dudó en imponer presiones económicas a Europa —notablemente a través de la Ley de Reducción de la Inflación—, generalmente evitó sembrar divisiones entre los aliados para avanzar en los intereses de Estados Unidos.
Viano explica que Trump, en contraste, adopta una estrategia de divide y vencerás hacia la UE: Exige que los miembros europeos de la OTAN aumenten el gasto en defensa hasta el 3 % del PIB, pero se opone a una integración europea más profunda en materia de defensa. “En su lugar, prefiere que estos países compren directamente equipos militares de fabricación estadounidense en lugar de invertir en sus propias industrias de defensa”, sentencia.
Además de esto, Trump prevé imponer aranceles sin precedentes a las exportaciones industriales europeas mientras insiste en que la UE se alinee más estrechamente con Washington en temas relacionados con China, incluidos el comercio, la inversión, Taiwán y la libertad de navegación en el Indo-Pacífico.
La cereza del pastel es de carácter ideológico. Trump se alinea más con líderes iliberales de Europa, como Viktor Orban de Hungría, y con partidos de extrema derecha como Alternativa para Alemania (AfD). Para Viano, “con esto se avivan las divisiones dentro de la UE, aparentemente indiferente al hecho de que las agendas pro-rusas, pro-chinas y anti-UE de estos actores socavan directamente la capacidad de los estados miembros de la UE para cumplir con sus propias expectativas”, dice.
Nadie sabe a ciencia cierta que ocurrirá durante los próximos cuatro años. Algunas luces tempranas indican que Trump apostará por finalizar la guerra en Ucrania de manera temprana, insistiendo en una negociación que podría costarle a Zelenski el tener que ceder los territorios ya ocupados por Putin, algo que hasta el momento conlleva la negativa de Kyiv. El objetivo es ir ajustando ese plan los primeros 100 días de mandato para intentar mostrar a Europa que hay un nuevo “vaquero en el vecindario”.
