La frase que mejor define el cinismo de la política internacional tiene un padre y muchos herederos. Y nunca deja de estar vigente: "Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Se cree que la inventó el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt (1933-1945) para referirse al primero de los dictadores nicaragüenses del clan Somoza y después ha sido aplicada con entusiasmo por los distintos responsables de la política exterior estadounidenses. El más aplicado de todos fue Henry Kissinger, que tuvo a sus particulares "hijos de puta" en el chileno Augusto Pinochet, el panameño Manuel Antonio Noriega o el argentino Jorge Rafael Videla.
Desde hoy, y por un tiempo reducido (hasta que hagan su trabajo), tanto Estados Unidos como Europa tienen tres particulares "hijos de puta" a los que pedir un favor: el inmisericorde dictador de Siria, Bachar al Asad; el presidente de Irán, Masud Pezeshkian; y el más inesperado de todos: el presidente de Rusia, Vladimir Putin. En sus manos (y en las de sus ejércitos) está cortar de raíz la pesadilla de ver cómo el yihadismo renace de sus cenizas en Siria, vuelve a rearmarse y, con ello, amenaza de nuevo con atentar en el corazón de Occidente.
Quién iba a decir hace apenas unas semanas a las principales cancillerías occidentales que iban a tener que solicitar la ayuda del eje del mal para cortar de raíz una contraofensiva de los insurgentes en Siria que, de momento, se ha cobrado con pasmosa facilidad la segunda ciudad del país (Alepo) y que ha pillado con el pie cambiado tanto a Rusia como al resto del mundo. La petición de socorro no se hace de forma directa a Damasco ni, por supuesto, a Moscú, pero hay que leerla entre líneas en cada una de las declaraciones que estos días están realizando (y realizarán) tanto Washington como Londres o el resto de cancillerías.
En ellas, piden una "desecalada" del conflicto, una tregua temporal o, más abiertamente, una acción que frene el avance islamista. ¿Pero a quién va dirigida esta petición sin destinatario? ¿Quién puede parar los pies a los rebeldes? Solo los integrantes del "eje del mal" están capacitados para hacerlo, por lo que cualquier llamamiento a intervenir para frenar el conflicto solo puede tener como receptores al dictador sirio, al presidente que le mantiene en el poder (Putin) o al líder de la potencia regional (Pezeshkian). Eso, o una carta que nadie se atreve en estos momentos a jugar: una intervención directa de Estados Unidos en el conflicto más allá de ataques quirúrgicos concretos.
De hecho, la resurrección islamista en Siria ha sido posible gracias a que Moscú ha descuidado uno de sus patios traseros al centrar todos sus esfuerzos en Ucrania. Solo la ayuda militar directa y contundente de Rusia en apoyo de El Assad, cuando más complicada tenía la guerra contra Estado Islámico, hizo posible la derrota yihadista. Por aquel entonces, Occidente tuvo que elegir entre los malos y el peor, y no tuvo dudas. Tampoco las tendrá ahora.
¿Qué va a hacer ahora Putin? Desde un punto de vista maquiavélico, al Kremlin le interesaría un resurgir del terrorismo islamista en Occidente para desestabilizar a sus rivales, pero el problema es que esto no garantizaría que el cáncer terrorista se extendiera también a su país, con lo que la opción de dejar caer al dictador sirio parece descartada. El único camino, según esta lógica, sería el de dar apoyo militar al régimen sirio, aunque Moscú no anda sobrado de recursos.
De momento, Vladímir Putin y Masud Pezeshkian expresaron hoy durante una conversación telefónica su apoyo "incondicional" al régimen de Bachar al Asad en Siria ante la ofensiva de los grupos islamistas.
"Se expresó el apoyo incondicional a las acciones legales de las autoridades de Siria para restablecer el orden constitucional y la integridad territorial del país", informó el Kremlin en un comunicado.
Putin y Pezeshkian abordaron "la agresión a gran escala de grupos terroristas y formaciones armadas" que interpretaron como un intento de "socavar la soberanía y la estabilidad política, social y económica del Estado sirio", informa Efe.
También destacaron la importancia de coordinar los esfuerzos diplomáticos en el marco del formato de Astaná con participación de los tres garantes del alto el fuego: Rusia, Irán y Turquía.
De hecho, el viceministro de Exteriores ruso Andréi Rudenko aseguró esta mañana en declaraciones recogidas por la agencia oficial TASS que Rusia no descarta una reunión tripartita. El pasado sábado el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, mantuvo sendas conversaciones telefónicas con sus homólogos de Irán y Turquía, Abás Arakchí y Hakan Fidan, respectivamente.
El contingente ruso en Siria admitió el domingo haber bombardeado en coordinación con el ejército sirio las posiciones rebeldes en las provincias de Idlib, Hama y Alepo.
Tanto medios oficiales como el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, ONG cuya sede se encuentra en el Reino Unido, informan desde hace días de los ataques de la aviación rusa.
Putin ordenó en septiembre de 2015 una operación militar que impidió el derrocamiento de Asad, aunque ahora las Fuerzas Armadas rusas están enfrascadas en una sangrienta campaña en Ucrania.