La llegada del mes de diciembre irremediablemente activa en las organizaciones el deseo de sacar conclusiones rápidas sobre todo lo que se hizo en el año. Es tiempo de balances, desde ya, pero un tiempo acelerado por demás, como si lo que fuera a suceder en el 2025 dependiera de resolver todo antes de fin de año. Tal vez haya sido el interés por la Fórmula 1 que despertó el argentino Franco Colapinto, lo que causa en estos tiempos que muchas evaluaciones estén atadas a la velocidad. Dicho sea de paso, el piloto de Williams ayer aceleró, lo chocaron y despistó. Dato al que volveremos más tarde.
En el mundo de la política, hay una ansiedad especial por conseguir que la inflación baje cuanto antes. La marcha de los precios es el indicador que mejor traduce la evaluación de la opinión pública sobre la gestión. Y por esa razón, el equipo económico tomó muchas decisiones destinadas a contener su avance. Pero un dato que no debe ser pasado por alto es que más allá de su relevancia, el IPC no desbanca de su sitial al indicador que más cuida Javier Milei: el superávit fiscal.
Los consultores privados relevaron en noviembre pequeños saltos de precios en categorías que venían evolucionando por debajo del promedio. Una de ellas fue la carne, que venía registrando fuertes atrasos por la retracción del consumo. Ese movimiento, como era de esperar, impactó también en los productos lácteos. Sucedió algo parecido con otros productos, como bebidas con y sin alcohol, que durante el año arrastraron fuertes caídas de ventas. La llegada del calor y un repunte de la demanda permitió a los fabricantes recomponer márgenes a las empresas.
Los pronósticos apuntan para noviembre a una variación igual o levemente superior a la de octubre. Puede suceder, de la misma manera que en diciembre se viva una situación similar por la llegada de las Fiestas.
El hecho es que el rubro que más mueve la aguja del IPC siguen siendo los servicios. Los ajustes tarifarios podrían ser menores si hubiera otra administración (el kirchnerismo los congeló 12 años). Pero su aumento es la contracara de la reducción del gasto en subsidios (la secretaria de Energía, por lo pronto, avisó que este esquema se sostendrá al menos seis mese más). Algo similar sucede con la nafta, cuyo precio carga con la necesidad fiscal de ajustar el impuesto a los combustibles.
Es cierto que el Presidente ató los destinos del cepo cambiario a tres meses de inflación de 2,5% para reducir luego el ajuste mensual del tipo de cambio. Hoy, no obstante, pesa más la necesidad de que los precios no incuben nuevos atrasos. Mientras la tendencia no cambie, importa más llegar bien que acelerar demasiado en las curvas. Como en la F1.