Una preciosa niña de muy baja estatura, oriunda de la provincia de Las Tunas y con 14 años de edad, realizó una interrogante atrevida al Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel
Bermúdez, cuando hace ya una semana un grupo de pequeños y adolescentes como ella «asaltaron» el Palacio de la Revolución.
Con las poses que pueden esperarse para esta edad, a quien todos llaman Pelusa por su pelo largo y rubio, pero cuyo verdadero nombre es Yaniuska Zaldívar Cruz, estudiante en la escuela Solidaridad con Panamá, interrogó: ¿Qué se siente ser la continuación de Fidel?
Como un padre, o el maestro de aquella clase que sabía que debía ser la mejor y más desenfadada, el Jefe de Estado habló a sus peculiares interlocutores de modo familiar y ameno, en un lenguaje que cautivó a cuantos estábamos allí, y dijo que la continuidad de Fidel no es solo de él, sino de todos nosotros. «Es mía, de todos los compañeros que hoy ocupan responsabilidades, es del pueblo y es de ustedes», le respondió.
Yaniuska podía entender lo que significa la contesta del Presidente porque estudia en un hermoso sitio para la enseñanza y el cuidado de niños con limitaciones físico-motoras, que nació de los sueños del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana. La huella personal de Fidel y Raúl está en esa institución tan fresca como el rocío de la mañana.
La obra concebida y emprendida por Fidel a la cabeza de su pueblo es una hazaña colosal, de hombres y mujeres comprometidos, inclusiva y alimentada de la más cercana relación con el pueblo. Esas palabras iniciales con quienes se inician en las complejidades de este mundo, y tienen a su cuenta el futuro, fueron una suerte de tierra común.
El mandatario recordó entonces que hace ya ocho años, tras la desaparición física del invencible Caguairán, de manera espontánea y compulsada por el dolor, brotó de las gargantas de este pueblo, y hoy seguimos diciendo: ¡Yo soy Fidel! Desde ese día, esa emotiva, sentida e íntima expresión se convirtió en un símbolo de la responsabilidad de los cubanos dignos que siguen su extraordinario ejemplo.
«Por lo tanto, cada uno de nosotros es Fidel, cada uno de nosotros tiene ese compromiso, cada uno de nosotros tiene esa continuidad», le diría el Jefe de Estado a los pequeños, a quienes planteó varios fundamentos para «ser de verdad coherentes y honestos» con eso que planteamos como convicción.
Les comentó que lo primero que se debe hacer es estudiar y conocer el pensamiento de Fidel, preguntarse qué quería Fidel para Cuba, cómo lo concebía, qué hizo Fidel por Cuba, cómo defendió Cuba, esa es la mejor manera de ser capaces de estar constantemente siendo fieles a su legado y pensamiento, fieles a esa convicción nacida al calor de la conmoción por su muerte.
Convencidos de que estamos en tiempos nuevos, en tiempos distintos, y no podemos plantear los mismos métodos, Díaz-Canel pidió a los niños y adolescentes no asumir ese pensamiento «como dogma», sino pensar cómo también lo enriquecemos, cómo lo adaptamos a las condiciones actuales, cómo lo llevamos a las nuevas generaciones.
Y dijo más: «Yo siempre, cuando estamos ante situaciones complejas, lo primero en lo que pienso es en qué haría Fidel en un momento como este, y ahí salgo a estudiar, a buscar en los libros, en sus discursos, en las cosas que se hicieron en otro momento; qué se puede hacer en las condiciones actuales; qué hay que actualizar; qué hay que hacer de manera distinta, porque Fidel una de las cosas que nos pidió en su concepto de Revolución es que cambiáramos lo que debía ser cambiado.
«Tú y yo somos continuidad y todos nosotros somos continuidad», reiteró el Presidente. Por supuesto, no se trata de una palabra sin contenido, no es una consigna; es la certeza de la gran mayoría de los cubanos de seguir «con el pie en el estribo» para sembrar un futuro como Fidel lo concibió y dedicó su vida a construirlo; es no tener temor a perfeccionar su obra, y es fuerza para levantarla hasta su máxima creación con más dirección colectiva, más abordaje de los problemas entre todos, más análisis, más trabajo con la gente…
Y es precisamente en esa continuidad en la que está la garantía de que se cumpla con el legado del Comandante en Jefe. Es retadora esa misión, porque hay que estar siguiendo los pasos de gigantes: de Fidel, de Raúl y de la Generación Histórica. Por eso, la interrogante que llegó desde la inocencia, de la insaciable curiosidad infantil no debe ser excepcional, sino compulsión permanente en estos complejos y apresurados tiempos. La pregunta de la «Pelusa» es la que debemos hacernos los buenos cubanos siempre.