Más que un gabinete competente y unido alrededor de una visión clara de su país y el mundo, el presidente electo de Estados Unido, Donald Trump, conformó como equipo un inquietante —y contradictorio— reparto actoral. Su misión será escenificar el complejo psicodrama de su próxima administración, desde una divisa primordial, aunque no compartida por todos con la misma intensidad: la lealtad personal hacia el director de escena.
Fuera de lo anterior, el elenco va desde un grupo que podría calificarse como los vengadores o demoledores hasta algunas figuras más tradicionales y confiables del Partido Republicano, que mantienen razonables grados de sensatez, independencia y (esperamos) prudencia. El Senado deberá confirmar a los miembros del gabinete antes de asumir sus cargos. Dada la mayoría republicana, Trump solo podría esperar dificultades en uno o dos casos, luego de que el inaceptable Matt Gaetz retirara su nombre para encabezar el Departamento (ministerio) de Justicia.
El más alarmante grupo está conformado, esencialmente, por un trío de personajes que a sus excesos públicos añaden una gran ignorancia sobre los temas que deberán tratar, hostilidad hacia las instancias públicas encargadas de manejarlos y afán de revancha contra opositores o disidentes.
Robert F. Kennedy jr., designado secretario de Salud, es un ignorante total en la materia; peor aún, desconfía de las vacunas, duda de la evidencia científica “establecida” y ha recibido el mandato de “hacer loco” en un departamento que también coordina importantes instituciones encargadas de autorizar medicamentos, prevenir enfermedades y garantizar la inocuidad de los alimentos.
Tulsi Gabbard, excongresista demócrata metamorfoseada en fanática trumpista, será la directora de Inteligencia Nacional, a cargo de las 15 agencias encargadas de ese campo. Lo peor no es su desconocimiento, sino sus posiciones prorrusas del pasado y su determinación de politizar a algunas de esas agencias. Por esto, su designación causa alarma en todo el aparato de seguridad nacional, y quizá no logre su confirmación.
Pete Hegseth cierra esta trilogía como secretario de Defensa, uno de los cargos más destacados del gabinete. El único atestado relevante de este explosivo comentarista de Fox News, la cadena televisiva ultraconservadora, es haber participado en una serie de misiones bélicas; sin embargo, carece de experiencia gubernamental y administrativa, claves para dirigir una organización con casi tres millones de empleados civiles y militares. Más grave aún, se propone purgar oficiales de alto rango que se hayan manifestado a favor de la diversidad e inclusión en las Fuerzas Armadas, o que no sean considerados suficientemente leales a Trump.
Elon Musk, el hombre más rico del mundo, y Vivek Ramaswamy, otro tecnomillonario, son demoledores en otro sentido. Su intención es impulsar recortes imposibles en el gobierno federal como parte de una prometida mayor eficiencia, pero sus diferentes personalidades y la arrogancia ilimitada del primero probablemente generará caos.
En el ámbito de la esperada sensatez conservadora, están el senador Marco Rubio, con gran experiencia política exterior, a cargo del Departamento de Estado; Mike Waltz, como asesor nacional de seguridad, con trayectoria en la materia; y Susie Wiles, como jefa de gabinete (chief of staff), quien se distinguió como eficaz operadora y directora de campaña de Trump. A ellos se pueden sumar el multimillonario Scott Bessent como secretario del Tesoro, quien deberá conducir la agenda económica del gobierno. A pesar de sus evidentes conflictos de intereses, la esperanza es que, precisamente debido a ellos y a su experiencia en Wall Street, logre modular las más atrabiliarias propuestas comerciales e impositivas del presidente, algo que está por verse.
El resto del elenco incluye, además de otras personas sensatas, a extremistas antimigrantes para conducir la amenaza de expulsiones masivas; encumbrados petroleros que —envueltos también en conflictos de intereses— impulsarán la desregulación y el uso de tierras federales para explorar hidrocarburos; una de las más vociferantes congresistas, Elise Stefanik, sin trayectoria diplomática, como embajadora ante las Naciones Unidas, y un duro representante de la llamada “derecha cristiana” en Israel.
Este conjunto de personajes, leales todos, pero afectados muchos por extremismo, incompetencia, inexperiencia, diferencias personales y hasta desconfianza, conforman una mezcla inflamable. Si los encabezara una persona sensata, focalizada y serena, el riesgo se podría atemperar. Lo malo, sin embargo, es que su gran jefe, Donald Trump, es un atizador de fuegos con reducidos límites.