Hace unos meses, en un hotel en Berlín, de vacaciones en el verano europeo, mi hija se atacó de una crisis nerviosa, rompió a llorar y dijo: -Me gustaría tener unos padres normales. El problema con los viajes familiares es que, como pasamos tanto tiempo juntos, terminamos peleando con frecuencia. -Lo siento, mi amor -le dije-. Ya es tarde para convertirme en una persona normal. Nací anormal. Toda mi vida he sido anormal. -¿Por qué dices eso? -pareció crisparse mi esposa, tras dirigir una mirada hostil a nuestra hija adolescente-. No eres anormal. -¡Sí es anormal! -redobló la acusación mi hija, exhausta de ser mi hija-. En el colegio se burlan de los padres que tengo -añadió, sollozando. -Deberías estar...
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