Cuando un equipo se clasifica para competiciones europeas siempre se celebra como la apertura de un camino hacia la ilusión, hacia la esperanza. No sólo de poder llegar lejos, sino de contar con el prurito de enfrentarse a clubes potentes y visitar escenarios majestuosos. Además, supone una fuente de ingresos para el club y un imán para atraer a mejores jugadores en el mercado. En definitiva, todo es positivo sobre el papel. Pero el presencialismo no vale por sí mismo y hay que mirar a la productividad. Europa ha de ser un lugar de recreo en el que disfrutar y para el Betis ha mutado en la esquina de castigo. Porque cada jueves de competición está siendo un dolor para...
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