Cuando estaba chiquitilla me encantaba el cuento El Príncipe Feliz. Sí, la historia de un príncipe que nunca se enteró de las penurias ajenas hasta que pusieron su estatua sobre un pedestal, desde el cual veía la ciudad.
Fue entonces cuando le pidió a una golondrina que le llevara a la gente pobre y necesitada las piedras preciosas de sus ojos y de la empuñadura de su espada, así como el oro que lo recubría.
¿A qué viene este recuerdo en Alajuela por la pista? Pues el cuento de Óscar Wilde se me vino a la mente un día de estos que pasé cerca del monumento al expresidente Tomás Guardia, en la grisácea plaza que lleva su nombre, en el centro de la ciudad.
Es una obra de bronce. Mide tres metros y pesa una tonelada. La hizo el artista Édgar Zúñiga.
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Me imaginé que, desde ahí, como el príncipe del cuento, don Tomás también ve las desgracias y las ilusiones que lo rodean. Observa los indigentes y alcohólicos que llegan a echarse un sueñito o a guarecerse de la lluvia, a los muchachos que hacen concursos de rap en las noches, y a los jugadores de lotería que compran la suerte en el puesto cercano.
Desde ahí don Tomás también oye la música de cuerdas, vientos, bronces y percusión que se escapa por las ventanas de la Casa de la Cultura, al frente.
Estoy segura que a don Tomás le gustaría más alegría, movimiento y flores en la plaza. Que el espacio ubicado en un lugar tan privilegiado de la ciudad se usara para más recreación, más cultura y convivio.
Me ilusionó leer que en enero se firmó un convenio entre la Municipalidad, la Cámara de Comercio, Industria, Turismo y Agricultura de Alajuela, la Universidad Técnica Nacional (UTN) y Aeris Holding CR − administrador del aeropuerto Juan Santamaría−, para llenar la plaza de don Tomás de actividades.
Me contó una conocida que, hace poco, participó en una exposición de orquídeas. Yo ya fui espectadora en una presentación de bailes típicos. Algo se ha avanzado pero todavía falta mucho.
Don Tomás no fue un príncipe. Fue militar, presidente, golpista, dictador, progresista y visionario. De lo que no me podré olvidar es que eliminó la pena de muerte en 1882.
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Aunque nació en Bagaces, Guanacaste, Guardia vivió y murió en Alajuela. La casona donde residió con su familia estaba justo donde ahora está el monumento, cerca del cuartel militar.
De chiquilla, cuando leí el cuento de El Príncipe Feliz, lo que estaba en lo que ahora es la plaza de Tomás Guardia era el edificio municipal y el Banco Popular, pero el terremoto de Cinchona, de 2009, se trajo abajo el edificio.
Cuatro años más tarde, se inauguró la plaza con el monumento a don Tomás, que permaneció casi en el olvido por años. Aunque la escultura no tiene ni las perlas ni el oro para repartir a los pobres con ayuda de palomas, como la del príncipe del cuento, estoy segura que don Tomás estaría encantado de repartir voluntad y ganas entre los alajuelenses para hacer de esta una mejor ciudad, y de su plaza un mejor lugar para todos.