El fútbol es un estado de ánimo y por eso esta noche en el Estadi Olímpic el Barça sabe que no se puede permitir encadenar un tercer fallo seguido. Tras perder ante la Real Sociedad en Donosti y, después del parón de selecciones, la visita a Balaídos, sin ser una salida fácil, era una ocasión propicia para que el Barça retomara el camino del triunfo por las características del rival. De hecho, lo tuvo prácticamente en la mano porque en el minuto 82 ganaba 0-2 sin necesidad siquiera de hacer un gran partido. Pero, a partir de ese momento, estropeó todo lo que había logrado con una serie de errores acumulados que echaron al traste en un visto y no visto con el trabajo casi cerrado. En un pestañeo, el 0-2 se convirtió en 2-2, más por errores propios que, justo en ese tramo, méritos de un rival que ya estaba dando síntomas de desfallecimiento. El problema del Barça fue creerse el ‘casi’, que en el fútbol de alta competición no existe: o está cerrado o no lo está. En el artículo de la semana pasada consideraba que el estilo de juego abierto del Celta, que es un buen equipo, le podía venir bien al Barça. La cuestión es que el desarrollo del partido confirmó esa sensación previa, porque aunque el Celta llegó y amenazó con peligro, el Barça encontró sus momentos para atacarles a la espalda para ponerse con un colchón de dos goles de ventaja. Pero está demostrado que en este deporte no puedes dar por ganado nada de antemano y eso, más que de fútbol, es cuestión de mantener viva la concentración. Por eso a
Flick se le vio más ‘mosca’ esta vez que incluso en Anoeta, donde el equipo hizo algo que en toda la temporada no había hecho: no chutar ni una vez a portería.
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