La protagonista de la serie 'Querer', a diferencia de Gisèle Pelicot, no tiene pruebas de las agresiones sexuales de su exmarido salvo por su testimonio: ¿Hubiera sido Gisèle una Miren si no hubieran existido los vídeos que encontró la policía?, ¿le hubieran creído?, ¿hubiera tenido el apoyo de sus hijos?
La Fiscalía pide 20 años de prisión para Dominique Pelicot, la pena máxima en Francia por violación
Detrás de la repulsa, de los minutos de silencio, del enfado o de la estupefacción mientras alguien ve o escucha en el informativo de turno la noticia sobre el último asesinato machista o la última violación hay, seguramente, muchas preguntas. Puede que esa persona que ve o escucha, aun repudiando ese acto de violencia, albergue algunas dudas. Puede que, incluso, llegue a expresarlas en voz alta: ¿por qué no denunció?, ¿por qué no lo hizo antes?, ¿por qué no se separó?, ¿por qué aguantó tanto tiempo?, ¿por qué denuncia ahora, después de 30 años?, ¿cómo es posible que diga ahora que él abusó sexualmente de ella de manera continuada, si eran una pareja 'normal'?, ¿cómo es posible que un hombre tan agradable haya hecho lo que ella asegura que ha hecho?
Hay ficciones que pueden servir para entender realidades complejas o para llevar esas explicaciones a rincones a los que, quizá, la teoría o el activismo no llegan. La serie 'Querer' de la directora Alauda Ruiz de Azúa, estrenada hace unas semanas en Movistar, bien podría ser una guía para adentrarse en las capas más oscuras –y aún muy incomprendidas– de la violencia machista y del sistema judicial. Pero hay historias, reales, que funcionan como espejos: con toda su crudeza nos ponen delante de las dificultades y zancadillas que sufren quienes señalan la violencia sexual.
Bien lo puede decir Gisèle Pelicot, una “mujer destruida”, como ella misma se ha definido a lo largo del procedimiento judicial que arranca ahora su parte final. Destruida, Pelicot es una mujer que denunció y que ha decidido enfrentarse públicamente a la vergüenza y los obstáculos. Aun teniendo mucho de su parte en el caso (contar con imágenes de una violación como prueba es algo poco frecuente), se ha topado con la sospecha, las burlas, el estigma y las preguntas insultantes. Este lunes, coincidiendo con el Día Internacional contra la Violencia de Género, la Fiscalía francesa ha pedido la pena máxima para Dominique Pelicot: 20 años de cárcel por violar a quien era su pareja a lo largo de diez años, suministrarle somníferos para quebrar su voluntad, y 'ofrecerla' a otros hombres, que también la violaron.
“Gisèle Pelicot fue reducida a un objeto. El consentimiento no estuvo presente ni antes ni durante el acto”, señaló el fiscal Jean-François Mayet al comienzo de su requisitoria ante el Tribunal de lo Criminal de Aviñón, al sureste de Francia. Mayet aseguraba que este caso ha sacudido a la sociedad “en los vínculos más íntimos entre seres humanos”. Y esa es justo una de las claves que opera en la violencia de género que cometen parejas y exparejas: quienes agreden son los mismos que al principio fueron hombres encantadores o educados de los que una se enamoró, que una sintió como su casa, como su familia. Denunciar a quien, estabas convencida, iba a quererte, a cuidarte; denunciar –y si el juicio va bien, meter en la cárcel–a alguien con quien compartiste tu vida y que quizá es el padre de tus hijos, es mucho más complejo que espetar un '¿por qué no lo hizo?'.
Después de pasar tres décadas casada, Miren presenta una denuncia por abuso sexual continuado contra su marido, del que también inicia los trámites de divorcio. ¿Por qué no lo hizo antes? es la pregunta que flota en el ambiente, en su casa, en sus amistades, en el juicio
Con su testimonio, Gisèle ha puesto palabras a esa dificultad, a ese estupor que atraviesa la vida de alguien que reconoce que su compañero más íntimo la agrede y que, más aún, lo lleva ante los tribunales. “No sé cómo me voy a levantar. No sé si mi vida dará para entender todo lo que me ha ocurrido”, decía la mujer en una de las sesiones.
Miren, la protagonista de la serie 'Querer', es, en cambio, una mujer ficticia, aunque con muchos puntos en común con Gisèle: un matrimonio duradero, hijos, una vida más o menos acomodada, un marido bien relacionado y agradable con los demás. Pero con una gran diferencia con Gisèle Pelicot, la mujer real, y es que Miren no tiene pruebas salvo su propio testimonio. Después de pasar tres décadas casada, un día Miren acude con una abogada a presentar una denuncia por abuso sexual continuado contra su marido, del que también inicia los trámites de divorcio. ¿Por qué no lo hizo antes? Es la pregunta que flota en el ambiente, en su casa, en sus amistades, en el juicio.
A partir de ahí, lo que le pasa a Miren es lo que le pasa a muchas otras. Afronta la duda y la sospecha, incluso, de sus propios hijos. ¿No lo estará haciendo por dinero? Las huellas de la violencia psicológica y sexual no siempre pueden verse. Miren se queda sola, denunciar la sume en el aislamiento frente a quienes no entienden cómo es posible. Ese aislamiento es social y también económico, algo nada extraño entre las mujeres que o, dejan sus carreras para cuidar o bien viven en una precariedad que se agudiza aún más cuando no hay gastos que compartir y tienen que cargar con todo.
¿Hubiera sido Gisèle una Miren si no hubieran existido los 20.000 documentos visuales que encontró la policía?, ¿le hubieran creído si hubiera dicho que su marido y padre de sus hijos, un hombre que ella misma consideraba adorable antes de saber lo que hacía, la drogaba y violaba?, ¿hubiera tenido el apoyo inquebrantable de sus hijos?, ¿habría habido manifestaciones de apoyo, aplausos a la salida del juicio?
Una vez dado el paso, lo que una mujer puede encontrarse dista mucho de ser ideal: aun en el caso Pelicot, en el que existen pruebas grabadas y buena parte de la sociedad se ha volcado con la mujer, las preguntas en la sala de vistas han mostrado los sesgos de género de la justicia. “¿No tendrá inclinaciones exhibicionistas no asumidas?”, le preguntó uno de los abogados de la defensa. Otra de las letradas defensoras grabó un vídeo en redes sociales mientras bailaba Wake me up before you go go (en español, 'despiértame antes de marcharte').
La psicóloga Olga Barroso explicaba en una entrevista cómo funciona el ciclo de la violencia: “Con todos los agresores va a haber un tiempo en el que no hay ningún tipo de conducta negativa en la relación, incluso hay conductas positivas. Después, cuando se aseguran de que ella quiere estar con él y ha construido en su cabeza una representación de él como alguien que las quiere, empiezan a desplegar las conductas no tan positivas. En ese tiempo los agresores trabajan por conseguir que la mujer se sienta inferior, peor. Para esto van a aplicar toda la violencia psicológica”.
Dominique Pelicot ha admitido los hechos y en su declaración final ha pronunciado una frase demoledora: “Someter a una mujer insumisa era mi fantasía”. En su caso, esa sumisión la conseguía bajo los efectos de las drogas para, según asegura, “someterla sin hacerla sufrir”. En 'Querer', Íñigo, el marido de Miren, despliega una violencia psicológica y emocional que quiebra el ánimo de la mujer. Al mismo tiempo, ejerce una violencia sexual disfrazada de sexo matrimonial. Cuando llegamos al punto de la vida de Miren que vemos en la serie, ella ya es, como Gisèle Pelicot, una mujer destruida.
Si eres una persona afectivamente sana, por mucho que digas 'esto es maltrato', toda la parte afectiva que has construido no desaparece ni se desintegra inmediatamente. Es algo que nos pasaría a cualquiera
El ciclo de la violencia oscila entre periodos de 'luna de miel' en los que hay perdón, conductas positivas o cariño, y momentos en los que los agresores 'liberan' su tensión por querer controlar o instrumentalizar a las mujeres. “Una vez que él ya sabe que ella no está tan segura de su criterio, que se siente peor, pasa a la siguiente fase, que es empezar a culparla y a mostrarle que ella falla. Una vez que el agresor ha conseguido eso, puede recrudecer la violencia porque para ella ya va a ser difícil de ver con claridad lo que sucede”, proseguía Barroso.
De ahí viene una de las grandes complicaciones de salir de las relaciones de maltrato: “Si eres una persona afectivamente sana, por mucho que digas 'esto es maltrato', toda la parte afectiva que has construido no desaparece ni se desintegra inmediatamente. Es algo que nos pasaría a cualquiera. Para alguien que no ha establecido esa vinculación es fácil decir 'mira esto, sal ya', pero tú estás ahí dentro, te has unido afectivamente a esa persona”, concluye Barroso.