Manuela, profesora de primaria en Orcasitas, consiguió su plaza hace siete años. Cuando llegó el momento de elegir, recuerda que «quedaban pocas opciones y de las que no quiere nadie». Al preguntarle sobre esta expresión, cuenta que en Madrid hay foros, listas «negras» y grupos en redes sociales donde se opina de los colegios. «Hay algunos que están señalados con una cruz y son los que siempre se quedan al final en la elección. Las causas son la presencia de bandas conflictivas, la alta cantidad de alumnos con necesidades especiales y problemas entre dirección y plantilla. Mi colegio estaba marcado por la primera razón, pero yo quería trabajar y pienso que todos los niños tienen derecho a tener buenos profesores, vivan en el barrio que vivan», explica.
Tras siete años, la profesora niega rotundamente arrepentirse de su decisión, «pese a que a algunos compañeros les extrañe». Aun así, confiesa que ha sufrido situaciones de «todo tipo»: «He tenido alumnos que han venido con órdenes de sus padres de agredir a otro menor por ser de una ‘familia enemiga’, padres que me han amenazado cuando he intentado mediar en estos conflictos porque creo que perjudica injustamente a los niños y menores que me han pedido ayuda porque no quieren traerlos al colegio, pero ellos sí quieren venir a aprender». Sin embargo, Manuela, que ha trabajado antes en otros centros, asegura que, «gracias a que es un colegio de especial dificultad», cuentan con más apoyo y la gestión de todo tipo de problema se agiliza.
Con «especial dificultad» Manuela se refiere a la calificación que otorga la Comunidad de Madrid a algunos centros educativos «con un alto porcentaje de alumnos con necesidades específicas de apoyo educativo o compensación», tal y como definen fuentes de la Consejería de Educación, Ciencia y Universidades. Para ello, el gobierno madrileño diseña un plan específico para el equipo directivo y profesorado e incrementa el personal de maestros especialistas «con el objetivo de combatir el absentismo, mejorar la convivencia y aumentar las posibilidades de éxito académico», según dichas fuentes. La lista de centros es privada para evitar la estigmatización y, así, la creación de categorías de colegios «de primera y de segunda».
Elena es presidenta del AMPA de un colegio de San Cristóbal presente en los últimos puestos de la lista clandestina de colegios madrileños. Al contarle que existen estos ránkings, la madrileña asegura quedarse «muerta». «Me parece fatal y poco ético, mis hijos tienen derecho a tener buenos profesores y con buena actitud igual que los que viven en el barrio de Salamanca», asegura. La madrileña, que ahora vive en Villaverde, explica que es una pena que el barrio donde sus hijos acuden al colegio esté tan estigmatizado porque desde el AMPA, el propio centro educativo y con las ayudas de los psicopedagogos, trabajan «para darle un futuro a los niños y que todos estén lo más contentos posibles».
La presidenta resalta iniciativas como «paseos por el barrio con los psicopedagogos y profesores nuevos» donde se les familiariza con la zona antes de empezar el curso porque entienden que «pueden llegar con algunos prejuicios». Además, se les imparten formaciones especializadas donde les enseñan a actuar en situaciones concretas. Aún así, Elena asegura que casi todos los profesores que tienen su plaza en los colegios del barrio «están contentos» y que los problemas que tienen los solucionan «con facilidad». «Claro que hay conflictos y situaciones incómodas. Para eso actuamos nosotros como mediadores, porque somos los que queremos lo mejor para nuestros hijos y te aseguro que en nueve años nada ha tomado una dimensión grave, agresiva o peligrosa. Todo se ha tratado con conversaciones», cuenta Elena.
Manuela, la profesora de Orcasitas, apunta que los incentivos para que los profesores elijan estos colegios pese a la estigmatización como un mayor sueldo o puntos para las oposiciones «suelen funcionar bien» y que la formación y apoyo al profesorado, «que también beneficia a los niños» persigue que «algún día estos colegios dejen de necesitar esta ayuda». «Los niños son el futuro de los barrios y, si ellos están bien educados, todos salimos beneficiados a medio o largo plazo», continúa. Sin embargo, la presidenta del AMPA ve difícil que esto pueda conseguirse, pero no ve negativo que tengan que recibir «ayuda para siempre» porque «la estigmatización no es hacia los niños, o hacia los colegios, es hacia los barrios».
«Por mucho que, de repente, un colegio en San Cristóbal reciba mucha financiación, tenga las mejores notas y los mejores sueldos, seguirá siendo mal visto porque está en San Cristóbal. La ayuda es necesaria y funciona, pero lo que se debe hacer es un esfuerzo para eliminar los motivos que perjudican al barrio, como la inseguridad o las drogas, y concienciar para que el resto de barrios vean que la mayoría de gente que vive aquí somos trabajadores y queremos lo mejor para nosotros y nuestros hijos. Bandas, etnias y religiones aparte», explica Elena.
La presidenta del AMPA asegura que, en este papel de la mediación, también son fundamentales los psicopedagogos. Antonio ejerce esta profesión en un colegio de especial dificultad madrileño desde hace seis años y sus funciones consisten en «orientar y apoyar a los alumnos tanto en el ámbito escolar como en el familiar o personal». Respecto a la dificultad del trabajo, el profesional admite que «el reto es doble» por la alta concentración de menores en situación vulnerable, «pero es muy gratificante» porque «en la mayoría de los casos en los que se decide que el menor necesita ayuda y se le da de forma continuada, la mejora es significativa».
«Normalmente son los profesores los que me piden ayuda porque detectan que el pequeño está viviendo situaciones complicadas, de repente deja de asistir al centro, tiene comportamientos inusuales o reacciones desmesuradas. En muy pocas ocasiones me han pedido ayuda los padres porque, ellos, aunque sean situaciones perjudiciales para los menores, no son conscientes de ello», detalla el profesional. Antonio ya conocía la existencia de estas «listas negras» y lamenta profundamente su existencia: «Un verdadero profesional con vocación no debería dejarse llevar por eso. Los niños no tienen culpa de nada y con ellos son realmente con los que vas a trabajar. Lo externo a las instalaciones del colegio es secundario».