Donald Trump está apuradísimo para dejar claro qué se propone en su segunda temporada y recordamos el viejo adagio «nunca segunda partes fueron buenas»; aunque a decir verdad, tampoco dejó nada bueno la primera.
El caso es que tan temprano como en las casi tres semanas desde su triunfo electoral ya ha nominado a lo más selecto de lo que aspira sea su gabinete, jefes de agencias, asesores principales, los más altos funcionarios, los de mayor importancia y empuje en la administración, con la cual regirá los destinos de Estados Unidos, que ya se califica por algunos analistas como un régimen autocrático, ese donde el poder se concentra en una sola figura, donde acciones y decisiones no admiten restricciones ni regulaciones.
Como elemento distintivo, casi todos los escogidos tienen en común la incondicionalidad al jefe supremo —lealtad, dicen— y a la línea dura que aplicará, la cual se vislumbra mucho más extrema que en su anterior mandato, especialmente a lo interno. Hay multimillonarios, senadores, representantes, gobernadores, presentadores de televisión, estrellas deportivas…
No parecen importar experticias para el cargo, deducimos que se les pide absoluto compromiso con el poder ejecutivo, lo que en la trifecta obtenida por el Partido Republicano en las elecciones del 5 de noviembre se extiende hasta los otros poderes del Estado, incluidos los legisladores republicanos del 119no. Congreso que entrará en funcionamiento el 3 de enero de 2025, en el cual tienen la mayoría.
Trump lo ha dicho más de una vez, espera que senadores y representantes republicanos se alineen con él, y más de una vez también ha quedado claro que no admite ni una pizca de deslealtad. Esto tendrá implicaciones cuando en enero comience el Senado a decidir sobre cada uno de los propuestos, lo que puede ser todo un dolor de cabeza para John Thune, recién elegido por sus correligionarios para liderar a la mayoría senatorial. La realidad es que hurgar en los currículos de los ya nominados pone sobre aviso a cualquiera.
Será por eso que la presión ejercida por el Presidente electo es patente, cuando considera que puede obviarse el deber constitucional del Senado de asesor y aprobar los nombramientos, y pretende que le permitan cubrir los cargos mediante un poder creado hace más de 200 años, en los albores de la nación, para ponerlo en práctica en situaciones de emergencias verdaderas, el llamado «nombramiento en receso», el cual le serviría para no enfrentar a un Senado nada dúctil o condescendiente y hasta soslayar el requerido escrutinio del FBI.
Hablamos de la prisa y a ello nos lleva saber que apenas en los diez primeros días como Presidente electo ya había completado prácticamente los aparatos intervencionistas e injerencistas de esa nación dominante: defensa, seguridad nacional y relaciones exteriores, y también quienes encabezarían el aparato judicial, donde prevalecen en los más altos cargos quienes fueron sus abogados defensores en los múltiples procesos que lo cercaron. Las otras secretarías se han ido desgranando cuando comenzó la tercera semana.
Un ejemplo de la velocidad impuesta por Trump: a diferencia de su primera administración (2016-2020) cuando apenas nominó a Rex Tillerson, el director ejecutivo de Exxon Mobil, como secretario de Estado, el 13 de diciembre de 2016, ahora elevó al senador por Florida Marcos Rubio a esa posición el 13 de noviembre.
Sin embargo, aunque Donald Trump ganó las elecciones con 312 votos compromisarios frente a 226 de Kamala Harris, y a nivel de voto ciudadano también la superó 75 972 199 votos ante los 73 008 131 que favorecieron a la demócrata, no parece haber igual confianza por parte del organismo de control del gobierno Accountable.US, pues este anunció —apenas comenzaron a revelarse los miembros del equipo del Presidente 47 de EE. UU.—, una «Sala de Guerra de Responsabilidad de Trump» para monitorear posible corrupción y abusos de poder en la Casa Blanca que pudieran darse durante el segundo mandato del republicano.
Existen preocupaciones serias sobre algunos de los elegidos y abren puertas al escepticismo las credenciales que les faltan o las que portan, las cuales dejan marcas indelebles, tanto como los tatuajes vinculados con los supremacistas blancos y los neonazis que adornan el cuerpo del elegido para encabezar el Pentágono, el presentador del canal televisivo Fox News y veterano militar Pete Hegseth, entre ellos la Cruz de Jerusalén, uno de los símbolos preferidos de los nacionalistas cristianos. Hegseth fue uno de los 12 miembros de la Guardia Nacional que fueron retirados del servicio para la toma de posesión de Biden en 2021 por posibles vínculos extremistas. Hay más sobre el presentador de televisión y lo que pudiera ocurrir en el Pentágono, solo que haremos más extensa la información en trabajos posteriores, tal como ocurre con el resto del equipo de Gobierno planificado.
Pero no pasemos por alto que Hegseth es uno de los tres nominados para unirse al gabinete que han enfrentado serias acusaciones de conducta sexual inapropiada.
Uno de ellos, el exrepresentantes republicano por Florida, Matt Gaetz, acaparó todos los señalamientos al respecto y ya dio el salto en reversa: renunció para evitarle contratiempos al Presidente electo, pues llovían las críticas desde muchos ángulos de los sectores políticos, y era investigado tanto por el Departamento de Justicia, que debía dirigir, como por el Comité de Ética de la Cámara, por tráfico sexual y uso de drogas ilícitas. Completa ese trío Robert F. Kennedy Jr., acusado de manosear a una exniñera de la familia.
Trump ya tiene la plantilla redondeada y de ella, algunos de los integrantes han sido calificados de villanos o de inexpertos y, ciertamente, no pocos parecerían destinados a implosionar el departamento o agencia encomendada a tutelar, por sus posiciones críticas extremas o contrarias a lo que la entidad se supone que se ocupa o defiende. Hasta hay quien considera las designaciones toda una provocación a la élite política del establishment.
Eso sí, todos de mano dura para acompañarlo, junto al vicepresidente electo J. D. Vance, en una pretendida rehechura del Estado y de la sociedad estadounidenses, como se anuncia en declaraciones y quehaceres anteriores de los elegidos y del propio Presidente electo.
Puede deducirse que los cuatro años por delante prometen estar llenos de sobresaltos a lo interno y en las lides internacionales. Ya veremos…