El fundador de Wu-Tang Clan relata su vida y la del grupo de rap neoyorquino a través de múltiples referencias al ajedrez, las artes marciales, la Biblia y el Islam
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Las librerías siguen recibiendo libros sobre música a un ritmo sorprendente. Pero estos días no hay título más insólito en las estanterías de la sección de música que El TAO de Wu, autobiografía de RZA, el ideólogo, fundador y productor de grupo de rap neoyorquino Wu-Tang Clan. Hasta la fecha, nadie había escrito un libro sobre la cultura hip-hop alternando estrategias de ajedrez, películas de terror y artes marciales, pensamientos filosóficos y referencias al Antiguo Testamento, el Islam y el taoísmo. Publicado en 2009 y traducido ahora por Blackie Books, algunos pasajes invitarían a colocarlo en la sección de autoayuda. No en vano, el New York Times lo calificó como “un Siddharta para el siglo XXI”.
El TAO de Wu es una obra extraña y fascinante. Incluye citas de San Francisco de Asís y de Pulp fiction, de Aristóteles y de Spiderman. ¿Qué otro libro puede resumir la estrategia de expansión de una banda de hip-hop con un proverbio chino? La de Wu-Tang Clan queda sintetizada en este: “Si planificas con vistas a un año, planta maíz. Si planificas con vistas a una década, planta árboles. Si planificas con vistas a una vida, forma y educa a la gente”. La singladura de Wu-Tang Clan tenía que ser algo más que una carrera musical. En la cabeza de RZA, se trataba de “unir a ocho individuos únicos para que actuasen como un solo hombre”. Y no fue fácil. A partir de cierto punto, sería imposible.
Wu-Tang Clan no es solo un fruto del gueto, el aburrimiento o la adversidad. Nace también de la meditación, de la lectura y... de caminar. Según explica su ideólogo, el clan cobró forma durante unos paseos en 1991. “En Staten Island me dediqué a caminar todos los días durante horas. Caminé como lo hizo Da’Mo desde la India a China. Aquellos paseos no crearon nada, pero sí revelaron algo, algo que ya flotaba sobre la isla”, afirma, refiriéndose a las canciones que había producido para raperos de distintos barrios. “Comprendí que lo que quería, podía y debía hacer era crear una compañía discográfica, reunir a los mejores MC que conocía y formar un grupo de rap como nadie había imaginado”. Dos años después llegó Enter the Wu-Tang (36 chambers). El disco costó 36.000 dólares (34.500 euros al cambio de hoy, un presupuesto relativamente modesto). Solo en Estados Unidos, vendió más de tres millones de copias.
Robert Fitzgerald Diggs nació en Brooklyn en 1969. El hip-hop aún no era ni una hipótesis, pero RZA tardaría poco en quedar abducido por aquella nueva música y cultura. Así rememora su epifanía: “Cualquiera puede oír la llamada en cualquier momento. Lo sé porque yo la oí una noche, en julio de 1976, en un bloque de viviendas de Staten Island”. Aquel chaval de siete años iba a casa de su primo, el futuro GZA, y vio unos discjockeys que habían conectado el equipo de música al alumbrado público. Se quedó allí hipnotizado durante horas. Llegó a casa a las once de la noche. La bronca que le cayó también fue inolvidable, pero en su mente ya solo retumbaban los versos que había improvisado un rapero: “Su-su-sumérgete, so-so-socializa, límpiate las orejas, abre los ojos”.
Escenas peliculeras como esta abundan a lo largo de las 200 páginas del libro. RZA asegura haber salvado la vida de Method Man al alejarlo casualmente de un tiroteo. Hay que recordar que Wu-Tang Clan, antes de convertirse en una de las bandas más influyentes del hip-hop, era una pandilla callejera habituada a meterse en líos. Con 18 años, el propio RZA fue a juicio y le pudieron caer ocho años de cárcel por enfrentarse a tiros con una banda rival de traficantes, pero el juez lo absolvió. “Ese día recuperé ocho años de mi vida”, asegura. Dejó la mala vida y se concentró todavía más en la lectura y en la música. No todos los del grupo los lograron. Su primo Ol’ Dirty Bastard pasaría varias veces por prisión y fallecería en 2004 por sobredosis. El capítulo en el que RZA recuerda cómo Ol’ Dirty Bastard obligó a su hijo a ver cómo se drogaba pocos días antes de fallecer es de los más conmovedores del libro.
Cada cual se explicará a sí mismo según le ha ido la vida. Y la de RZA ha sido una vertiginosa montaña rusa que empezó más o menos así: “En 1978, mi madre, que trabajaba en una casa de apuestas clandestinas, acertó el número y ganó unos cuatro mil pavos, dinero suficiente para que los ocho nos mudásemos a una casa de tres habitaciones en la avenida Dumont. En ese momento vivíamos en Marcus Garvey, un gueto violento, pero por un momento nos sentimos como los niños blancos de la serie Con ocho basta: ocho niños con juguetes, bicicletas y un nuevo hogar. Antes de que pudiéramos mudarnos, entraron a robar. Todas nuestras cosas (juguetes, bicicletas, muebles) desaparecieron justo antes de Navidad”. Instalado en el nuevo barrio, RZA conoció a un chaval algo mayor que traficaba con drogas y que se encariñó de aquel joven recién llegado. Cuando ya eran amigos, un día le confesó que fue él quien desvalijó su casa.
Aunque se centre en la trayectoria de Wu-Tang Clan, El TAO de Wu es más revelador cuando amplía su campo narrativo al hip-hop en general. Especialmente llamativa es su comparación entre el rap hardcore de la Costa Este y el gangsta rap de la Costa Oeste. “La música con un sonido violento da la oportunidad a quien la escucha de sacarla violencia que lleva dentro”, opina sobre el primero. En cambio, “cuando oyes una letra violenta sobre un ritmo suave, esa violencia va directa a tu mente”, lamenta, refiriéndose al segundo. En otro pasaje recela de una industria audiovisual que apuesta por tecnologías que ofrecen imágenes cada vez más nítidas, al tiempo que comercializa aparatos que brindan un sonido “cada vez más simple, más llano, más insustancial”. “Nos estamos acostumbrando a una imagen cada vez mejor y a un sonido cada vez peor”, advierte.
Pero lo más asombroso de El TAO de Wu es la amplitud de registros que maneja a la hora de relatar su paso por este mundo. “Si eras pobre y negro, las matemáticas atacaban frontalmente la idea de que estabas predestinado a ser ignorante e inculto”, afirma, refiriéndose a una de las enseñanzas de la Nación del Islam. De la discográfica afroamericana de los años 60 Stax aprendió a sobrevivir en una industria musical blanca. De la Biblia aprendería a pulir rimas con precisión para cortar orejas como el apóstol Simón Pedro. Del kung-fu, a producir ritmos “que te dieran ganas de hacer un agujero en la pared”. A su vez, su afición por el ajedrez le permite comparar la apertura Ruy López con el estilo del rapero Rakim. Y del mismo modo que afirma que Bola de dragón es “una de las series de dibujos animados más profundas de la historia” asegura que La noche de los muertos vivientes era una profecía sobre la llegada del crack donde los muertos vivientes simbolizaban a los hombres negros en Estados Unidos.
Una advertencia para los alérgicos a los libros de autoayuda: varios pasajes de El TAO de Wu puede resultar muy indigestos. El libro está minado de frases tipo “haz lo posible por alcanzar la superconciencia que llega al final de la vida”, “para convertirte en océano antes tienes que ahogarte”, “la muerte es el mayor timo de la historia” o “la mejor táctica que puedes aplicar al ajedrez es la misma que debes emplear en la vida: nunca te rindas”. RZA es un tipo muy leído, pero también muy fumado. En una de esas fumadas perjura que le poseyó un demonio. Y en la recta final del libro, suelta parrafadas sobre Dios y el Diablo que dan más miedito que los cortes más oscuros de Wu-Tang forever. Por contra, esa necesidad de encontrar un sentido a su existencia en un contexto social tan adverso agudiza su capacidad de observación y le permite afianzar pensamientos de hondo calado: “La pobreza en Estados Unidos es algo que te empequeñece, reduce tus horizontes y te nubla la vista”, descubrió bien temprano.
“No es fácil explicar qué significa ser rico, famoso y del barrio. Una manera de hacerlo es pensando en un superhéroe: alguien que tiene poderes especiales, una doble identidad y tal vez uno o dos puntos débiles que guarda en secreto”, esboza con ingenio RZA. Hijo de familia numerosa que en algunas etapas compartió apartamento de dos habitaciones con otras 18 personas, se convirtió en el empollón de la familia gracias a su obsesión por la lectura. Con 11 años, y tras descubrir el Rapper’s Delight de Sugarhill Gang, compuso del tirón veinte canciones sobre bases rítmicas de los discos de r&b de su madre. A esa edad ya era un habilidoso jugador de ajedrez y había perdido la virginidad. En apenas veinte años estaría componiendo bandas sonoras para Jim Jarmush y Quentin Tarantino.
RZA tuvo una visión y la llevó al límite. Grabó la célebre Wu-Tang Clan ain’t nuthing ta F’with pinchando la luz del estudio ilegalmente, vendió las primeras maquetas desde el maletero del Mercury Scorpio de su primo y ya desde el principio decidió usar un compresor de voz distinto para cada rapero del grupo: Method Man, Raekwon, Inspectah Deck, U-God, Ghostface Killa... Su plan era que cada uno fichase en solitario por distintas discográficas. Así expandirían la palabra del clan y el impacto de futuros discos conjuntos. “Les dije que nadie podía cuestionar mi autoridad, que aquello iba a ser una dictadura”, reconoce. Por eso, no tiene problema en asumir errores de cálculo. En 1997 decidió que Wu-Tang Clan se sumasen como teloneros a la gira de Rage Against The Machine. En apenas dos meses aquella hermandad saltó por los aires.
El TAO de Wu se publicó originalmente en 2009. Por tanto, no hay referencias a Once upon a time in Shaolin (2015), el controvertido álbum que nadie escuchó porque solo se prensó una copia que compraría el millonario Martin Shkreli por dos millones de dólares ni a las chirriantes residencias del grupo en Las Vegas. El libro, además, apareció en plena obamamanía, razón por la cual el último capítulo rezuma esperanza y ansias de cambio para la comunidad negra. Envuelto en una bruma mística, se despide así: “Todos llevamos esa capacidad (de cambio) en nuestro interior, así que primero pon orden en tu propia casa y luego podrás ayudar a poner orden en los otros cinco millones de casas. Y Dios mostrará y demostrará que él es el Agente del Cambio Universal. Paz”.
Pues vale: paz.