La devastadora Dana que azotó la Comunidad Valenciana ha dejado cicatrices visibles e invisibles. Con 226 vidas perdidas y localidades arrasadas, las secuelas emocionales están comenzando a emerger, y especialmente entre los más vulnerables: los niños.
Trastornos de ansiedad, depresiones y fobias afectan ya a muchos menores, mientras las familias lidian con la desesperación de no encontrar apoyo profesional suficiente para atenderlos. La escasez de psicólogos en la región agrava la crisis, dejando a cientos de afectados sin la atención necesaria para superar el trauma.
Las consecuencias psicológicas de la reciente catástrofe son comparables a las vividas por quienes han experimentado una guerra, según explica a Confidencial Digital Enric Soler, psicólogo experto en emergencias de la Universitat Oberta de Catalunya.
Los afectados sufren síntomas de Trastorno por Estrés Postraumático y duelo patológico, debido a las pérdidas impredecibles y extremadamente dolorosas que han padecido. Aunque inicialmente el instinto de supervivencia predomina, a las pocas semanas emergen casos de ansiedad extrema.
“El impacto es generalizado: toda la población de las zonas afectadas parece haberse sumido en una realidad dominada por el horror, el terror y la incertidumbre”, destaca Soler.
El impacto en los menores es especialmente grave, porque no disponen de las herramientas emocionales necesarias para afrontar situaciones traumáticas. Necesitan un entorno protector que, por la catástrofe, desaparece o se debilita, lo que agrava las consecuencias del trauma. Para muchos, esta experiencia marcará sus vidas desde el momento del suceso hasta el largo plazo.
Además, los niños suelen expresar su malestar de forma inconsciente. Pesadillas recurrentes, dificultades para dormir, hipervigilancia, falta de concentración, temores o conductas disruptivas son algunas de las señales que padres y profesores deberían observar en los próximos meses para identificar posibles secuelas.
Sin embargo, detectar estos síntomas a tiempo no siempre garantiza una solución, ya que los recursos psicológicos disponibles son insuficientes.
La Comunidad Valenciana afronta la peor catástrofe del siglo en España y lo hace con una de las tasas más bajas de psicólogos por habitante.
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), actualizados en diciembre de 2023, cuenta con 55 psicólogos en activo por cada 100.000 habitantes; solo Castilla y León (39) y Castilla La Mancha (29) tienen menos, muy por debajo de la media nacional, que en 2023 es de 83 psicólogos en activo por cada 100.000 habitantes.
Para mitigar las secuelas, Soler insiste en la importancia de las intervenciones personalizadas y en el papel fundamental de la psicología de emergencias en las primeras etapas tras un desastre.
Aunque no siempre es posible desplegar profesionales de inmediato, debido a la naturaleza de la tragedia o a la falta de recursos, cuanto más temprana sea la intervención, más posibilidades habrá de minimizar el impacto emocional y de prevenir trastornos a medio y largo plazo.
La comunidad humana desempeña un papel crucial en la recuperación. La solidaridad emerge como una herramienta fundamental en situaciones extremas, cuando la unión de esfuerzos contra este “enemigo común” supera “diferencias políticas o conflictos previos”. Prosigue: “El objetivo es salvarnos todos como comunidad”. En palabras de Soler, estas tragedias, aunque devastadoras, sacan a relucir la faceta más noble del ser humano.
Fernando Muñoz Prieto, experto en psicología de urgencias y emergencias y profesor del CES Cardenal Cisneros, comenta que los ancianos y los niños constituyen dos de los colectivos más vulnerables ante una catástrofe.
“Son los más indefensos y tienen que afrontar imágenes y situaciones durísimas, así como pérdidas de seres queridos”. Los ancianos, debido a sus circunstancias, requieren un seguimiento especial en el proceso de recuperación, para que no se sientan desprotegidos o solos en medio del trauma.
En el caso de los menores, Muñoz Prieto destaca que “lo más frecuente en general va a ser fundamentalmente sintomatología ansiosa. Miedos, ansiedad expectante y terrores nocturnos”.
En estas edades, es esencial que los adultos sepan manejar sus propias emociones para transmitir calma y apoyo a los más pequeños, evitando que desarrollen patrones de ansiedad anticipatoria. “Ahí, por ejemplo, trabajar modelos de psicología comunitaria les ayudará mucho al retorno a unos niveles que sean muy adaptativos”, añade el especialista.
Así, Muñoz Prieto subraya la importancia de adaptar las explicaciones sobre lo ocurrido según la edad de cada niño, sin caer en detalles que puedan generar mayor temor.
Para él, la familia es clave en esta labor de acompañamiento y, además, la sociedad también debe asumir un rol activo en la protección de los menores. “Con lo cual, trasladarles un entorno lo más seguro psicológicamente posible a los menores, desde luego les ayudará”, concluye.
El Ministerio de Sanidad ha puesto en marcha un plan de intervención en salud mental para atender a la población afectada por la catástrofe, compuesto por 14 equipos multidisciplinares especializados.
Estos equipos brindarán apoyo psicológico directo y trabajarán en la prevención de problemas mentales, además de identificar de manera temprana a las personas con riesgo de desarrollar trastornos graves.
Esa intervención se estructurará en dos niveles: uno comunitario y otro especializado. El primero estará orientado a la prevención y promoción del bienestar, mediante actividades informativas, talleres y programas de apoyo psicosocial que buscan detectar problemas a tiempo.
El nivel especializado abordará los casos más complejos, como la detección de cuadros clínicos como Trastorno de Estrés Postraumático. Estos pacientes serán derivados a la red de salud mental de la Comunidad Valenciana para recibir atención profesional a medio y largo plazo.