Un franciscano americano, decía que al salir del gimnasio, vestido de sacerdote, una madre protegió a sus hijos como si pasara un demonio. Y el franciscano ofreció esa pequeña humillación. Si ya de por sí el camino que lleva al cielo es estrecho, aunque para Dios nada hay imposible, los ataques a la Iglesia y sus sacerdotes para muchos son como un tranquilizador de conciencia: "ya te decía yo, que son unos mangantes".