Solo 19 partidos políticos han participado en cinco o más comicios municipales celebrados desde 1953, y decenas de los 205 presentados desde entonces a los electores desaparecieron después de una o dos intervenciones. El fenómeno de las agrupaciones locales viene en aumento, pero no la vitalidad de los procesos electorales, pese a la celebración de las votaciones en fecha distinta de la elección presidencial y legislativa.
En el 2024, solo el 32 % de los votantes inscritos se acercaron a las urnas. Es la cifra más baja desde el 2010, y de nada sirvió la oferta de 77 agrupaciones participantes, 50 de ellas cantonales, para estimular a los electores. En el período 2002-2006, los partidos cantonales controlaban solo dos alcaldías y en el 2024 lograron encabezar diez. También consiguieron el 12 % de las 518 regidurías en disputa.
El avance de las agrupaciones locales, si se le quiere considerar así, tiene un alto costo. La existencia de partidos fugaces, desvinculados de estructuras asentadas, debilita la cohesión en torno a programas de alcance nacional, capaces de articular la política local con objetivos más ambiciosos, en el mejor sentido de la palabra.
El debilitamiento de esas estructuras, indispensables para la gobernabilidad democrática, comienza por los procesos locales y la tendencia a la atomización mediante el surgimiento de partidos “mariposa”, como los denomina el Informe Estado de la Nación, presentado hace pocos días, de donde salen los datos citados.
Con frecuencia, esas efímeras agrupaciones nacen del transfuguismo de militantes desencantados con sus partidos o con las posibilidades de satisfacer en ellos sus aspiraciones. Esas circunstancias, unidas a las facilidades proporcionadas por la ley para fundar agrupaciones y el ejemplo de éxito de algunas de las existentes, aseguran una provisión constante de dirigentes y seguidores para los partidos mariposa.
Unos desaparecen y otros nacen para mantener la fragmentación en la base, que inevitablemente se traduce al escenario nacional. Paradójicamente, los propios partidos de alcance nacional contribuyen a alimentar la tendencia. Por una parte, se dejan dominar por las dirigencias locales y, en lugar de proporcionar una visión de los problemas del país para orientar la política municipal y darle coherencia, estimulan la creación de feudos y el localismo extremo, que en las principales agrupaciones se viene premiando con candidaturas a la Asamblea Legislativa.
La dinámica desemboca en el constante surgimiento de liderazgos personalistas, desvinculados de las estructuras permanentes de los partidos e incluso de sus aspiraciones y postulados ideológicos. En ausencia de esos nexos, el transfuguismo es inevitable, como lo demuestran las últimas elecciones municipales.
No es de extrañar la coincidencia señalada por el Estado de la Nación entre la proliferación de partidos mariposa y el debilitamiento de las bases locales de los partidos tradicionales, en especial Liberación Nacional (PLN) y la Unidad Social Cristiana (PUSC). Las agrupaciones cantonales ganan terreno a costa de esas organizaciones sin ofrecer ventaja alguna al sistema democrático, ni en términos de participación ciudadana ni en términos de gobernabilidad.
No obstante, las cúpulas de los partidos tradicionales no terminan de despertar a la realidad de su debilitamiento en la base y nada ofrecen —salvo la repartición de puestos, de los cuales cada vez ofrecen menos— para reconstruir su presencia en la política local como expresión de una visión más amplia y ambiciosa.