La elección de Gustavo Petro como presidente de Colombia en 2022 fue un acontecimiento internacional. Primer mandatario de izquierda en un país azotado por décadas de violencia política, primero entre liberales y conservadores y después por guerrillas izquierdistas de las que Petro formó parte y de las que se apartó a principios de los noventa. Destacado parlamentario, exalcalde de Bogotá, obtuvo una clamorosa victoria electoral que prometía para su país un tiempo de reformas e, incluso, de consensos, como reflejaba su primer gabinete de gobierno. Su propuesta de “paz total”, ampliación de los acuerdos de paz promovidos por Juan Manuel Santos, y su compromiso en la lucha contra el cambio climático, pusieron sobre la mesa una agenda tan ambiciosa como esperanzadora.
Tan solo dos años después, Petro ha revelado un carácter enigmático, apegado a una sapiencia indescifrable, y una equívoca línea política, tanto en lo interno como en lo externo. De rostro fresco de una “nueva” izquierda latinoamericana democrática y dialogante, se parece ahora, por su afán divisor y su verbo intemperante, a los retrógrados conservadores a los que tanto cuestiona. «Presidente errático», titula el periodista Santiago Ángel Rodríguez en el diario La República un artículo en el que se pregunta “¿Qué es lo que hace que para Petro sea incompatible ser un buen líder que una al país y al mismo tiempo buscar la equidad, el acceso, mejorar las políticas públicas dirigidas a las minorías y reivindicar a los trabajadores y las personas en indefensión?”.
Su equipo de gobierno de amplitud pronto se deshizo, el círculo más reducido en torno a él entró en conflicto y desplegó acusaciones oscuras que se sospechan y nunca terminan de aclararse, y el presidente, frenético tuitero, sigue en X, la emprendió contra los medios con expresiones que copian el lenguaje de mister Donald Trump, por ejemplo, “muñecas de la mafia” para referirse a todas las periodistas. Misoginia y descalificación que pone a profesionales del periodismo en el centro de la ira y en serio peligro. Errático e incomprensible luce también el reciente nombramiento de 18 exjefes paramilitares, investigados, acusados e incluso encarcelados por crímenes atroces, como “gestores de paz”.
Pero Petro ve más el error ajeno que el propio. La elección venezolana del 28 de julio fue un error, por ejemplo. Coincide con el régimen en el poder en que bajo “bloqueo” no se pueden hacer elecciones. Díaz-Canel y Maduro lo aplauden. Lo que soltó el presidente de Colombia en la reunión del G-20 en Río de Janeiro muestra un deliberado desconocimiento de la realidad venezolana, porque niega que el 28J significó un claro y mayoritario clamor de cambio político en nuestro país. Un asunto sobre el que dice y se desdice, quizás porque le cuesta admitir que su capacidad de influencia en los mandos del régimen venezolano es nula. No es para regocijarse, sin embargo, sino para lamentar que líderes como él y Lula da Silva no amplíen su mirada hacia otras naciones y gobiernos de la región para desarrollar una iniciativa conjunta y diversa de rescate democrático posible en Venezuela.
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