Pedro Bueno (Villa del Río, 1910-Madrid, 1993) tuvo que ir a Londres en 1948 para darse cuenta de que no necesitaba ir a Londres. El pintor ya era uno de los pintores más destacados de España y obtuvo la beca Conde de Cartagena para completar su formación. Escogió ir a Londres para estudiar a los grandes maestros ingleses del retrato . En aquella época se pensaba que eran los mejores en el género que más interesaba a Pedro Bueno, pero al redactar el informe que tenía dar cuentas del provecho de la beca lo admitió: se había equivocado al escoger la capital británica. Los grandes maestros del retrato estaban mucho más cerca, y él ya los conocía, y los siguió estudiando muchos años. Eran Tiziano, Velázquez , Goya y muchos otros, y sus obras estaban en el Museo del Prado . Lo contó este jueves el director de la Escuela de Arte Mateo Inurria de Córdoba, Miguel Clementson , que organiza la muestra que se dedica a Pedro Bueno en el centro de formación, y que es la primera que se realiza con su obra en la última década. «Se busca sobre todo reivindicar la memoria de Pedro Bueno, que no tiene últimamente el sitio que se supone que debe ocupar en la pintura contemporánea», resaltó. Y ese debería ser el de uno de los grandes autores de la segunda mitad del siglo XX, como reconocieron muchos de sus contemporáneos ya en vida. La muestra se podrá ver hasta el último día de este año, y a partir del 10 de enero de 2025 viajará hasta Villa del Río , su pueblo natal, para exhibirse allí. Es una exposición con obras menos conocidas, porque forman parte de la colección Navarro Calero . La recibieron los herederos de Leandro Navarro, que había colaborado con el pintor en varias exposiciones colectivas e individuales con la galería Biosca. Son obras casi siempre de la década de 1970, varias de ellas de hacia 1975, cuando realizó su tercera exposición individual en Madrid, y en una gran cantidad son retratos de la misma familia propietaria. Así, Miriam , hija del galerista, aparece en dos momentos de su vida: cuando era niña de cinco años, vestida con traje de marinero y una muñeca en la mano, y ya de adolescente, en la obra que ilustra el catálogo que dejará recuerdo permanecen de la muestra. La figura humana es la protagonista muy mayoritaria de su obra y lo hace, como recordó Miguel Clementson, partiendo de los grandes maestros que están en el Prado, pero también de la pintura de comienzos del siglo XX, que había estudiado de forma concienzuda, comenzando por los posimpresionistas, y siguiendo por Picasso , a quien admiraba. «La segunda medalla que consiguió estaba influida por la etapa azul y rosa de Picasso», relató el responsable de la exposición. De todo este trabajo salen sus retratos, que se asientan en «un sólido dibujo , un buen estudio estructural y la incorporación de las sutilezas cromáticas que las vanguardias fueron aportando». Porque fue «un gran colorista, de pocos colores, pero muy bien entonados, muy diversificados y por eso vibra tanto y la vibración está en consonancia» con la obra. Se aprecia en 'Retrato de Miriam', en que la joven aparece con ropa de color verde mar , igual que el asiento en que posa, y en contraste con un fondo ocre que hace resplandecer todavía más el tono vivo del resto, o en 'Retrato de Concha'. Destaca también en la exposición un 'Autorretrato' que el pintor se hizo en aquellos años, y que también muestra su uso del color, en un fondo con pinceladas que van de los azules y los verdes hasta ciertos puntos cercanos al rojo, que contrastan con la camisa blanca, el pelo rubio y la tez sonrosada, con muchos matices. Junto a estas obras hay lo que llamó Miguel Clementson figuración humana , que es un género distinto al del retrato, aunque comparta con él algunas cosas. 'Maternidad blanca' es una obra protagonizada por una mujer que da el pecho a su hijo pequeño, y que toma el nombre del vestido que lleva, también en contraste con el fondo de colores azules. Hay otra 'Maternidad' , esta vez con una mujer enlutada A este género pertenecen 'Muchacha de perfil', 'Niña con pecas' y 'Desnudo', donde se muestra su querencia por la armonía en tono azul y la búsqueda de la delicadeza. La exposición reúne además varios dibujos, tanto a carboncillo como a plumilla, en que de forma sencilla plasma a distintas personas con aparente facilidad. Además del ser humano, también se fijó Pedro Bueno en los bodegones , otro de los géneros clásicos de la pintura, y en las jarras de flores. Se suceden así nueces y castañas, en tonos marrones que no hacen más que sugerir el otoño en el que se pueden coger de los árboles, además de uvas y brevas . Comparten espacio con anémonas y lilas en que brilla su forma de plasmar los colores. «Siempre defendió un concepto equilibrado y armónico del arte, totalmente disociado de las algarabías cromáticas y de toda forma de dinamismo incontrolado. Su pintura se despreocupa de toda celeridad de trazo a la hora de patentizar el volumen de los objetos; por el contrario, su mancha definidora es entrecortada, muy introspectiva , y poco proclive a una búsqueda de inspiración improvisada», dice Miguel Clementson en el catálogo, que incluye un texto de Eugenio d'Ors, y que vuelve la vista a Pedro Bueno en la tierra en que nació.