En el fútbol de la calle el rey era el regateador. Hasta más que el goleador. El juego era dribling.
Pelé fue el mejor jugador de la historia de Brasil, pero
Garrincha, seguramente, el mejor regateador del mundo. Con ambos en la alineación la selección verdeamarilla no perdió nunca. El espectador celebra el gol y la victoria, pero disfruta con el regate. Con el paso del tiempo y la influencia de los nuevos entrenadores, el pase le fue comiendo terreno al dribling. La necesidad de los técnicos de control llevó a reducir la explosividad de los futbolistas. Ahora, sin embargo, todo el mundo se ha dado cuenta de que tener cracks con capacidad de desborde es prácticamente obligatorio. Así, en los equipos hay los que están sujetos a un corsé, en función sobre todo de la posición que ocupan en el campo, y los que tienen licencia para driblar. El fútbol sistemático es tan bueno como aburrido. El de dribling es apasionante. Pero con riesgo.
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