La pasada semana nos referimos al espléndido equipo de redactores que tenía Palante en sus inicios, y entre otros nombres apareció el de Mario Kuchilán, un reconocido periodista cubano, que en sus inicios fue también caricaturista, haciéndose notar por una de estas que le hizo al presidente Fulgencio Batista, vestido de rumbera, y en cuyo pie decía: «Amalia Batista, Amalia Mayombe, que tiene esta negra que mata los hombres».
Kuchilán fue un multifacético creador de intensos y profundos textos cuajados de humor, pero también de una indiscutible posición de izquierda, antifascista por esencia.
Trabajó en los talleres de impresión de los periódicos El Mundo y El País realizando funciones de orlista, letrista, caricaturista, dibujante, retocador de fotos y redactor de pies de grabado. Finalmente dejó a un lado la labor gráfica para dedicase al Periodismo. Sobre esta decisión apuntó en una entrevista que le realizara su colega de Palante, Évora Tamayo:
«Yo cobraba como dibujante en un diario… Ya había escrito dos o tres reportajes a mi manera cuando ocurrió el juicio de Pedraza en época de Grau, entonces se me ocurrió escribir una columna que dijera esas cosas que en las informaciones no se publicaban, sin embargo, “robaban” la imaginación de los lectores. Así nació Babel, con el subtítulo de Mil noticias en una columna…».
Entre su amplísimo palmarés aparece que colaboró en disímiles publicaciones como El Mundo, Alma Mater, La Semana, La Calle, Labor, El País, Karikato y Zig-Zag.
Escribió en Prensa Libre su popular sección Babel. En Bohemia sostuvo las secciones Babelgrama y En Zafarrancho, que también publicó en Juventud Rebelde. En este diario, además, mantuvo una sección llamada Fabulario, cuyo nombre se convirtió en un volumen que recoge muchas de sus crónicas. Fue conductor y comentarista político de un programa de televisión por el Canal 2.
Siempre señalo que, en Los Regañones, solo hago un leve acercamiento a la vida y obra de quienes, con humor, desde la prensa, han sabido retratar la sociedad, y hacer inigualables cronistas de nuestra historia. Kuchilán fue uno de estos exponentes. Luchador incansable, que, con personal costumbrismo, desnudó la sociedad cubana de aquellos años de la República, dejándolo bien explícito en sus textos:
«En la sociedad burguesa se hablan dos idiomas: el convencional, el decente, eufemístico para decir las cosas sin su nombre y el popular, el de la chusma que le decían, el sermo vulgaris, siempre denostado, directo, para llamar las cosas por su nombre».
(fragmento)
Observadores, mirones que diría Sofenio, los folicularios burgueses lo son sin dudas en grado sumo. Captan con minuciosidad de orfebres los matices de la noticia tanto en la poquedad de lo mirringoso como en lo monumental zangandongo. Sin viajar, por supuesto, de lo superficial a lo profundo, lo oyen todo, lo ven todo y escriben bagazo como loco. De a buti, a tutiplén.
Lo último de ese escudriño aparencialmente acucioso es la observación peregrina de que el presidente Jimmy Carter ya no exhibe la alacre cajetilla con la amplitud del reciente antaño, cuando desde su nativa Georgia se proclamaba a sí mismo, aspirante a domiciliarse en la Casa Blanca. Aquella sonrisa amplia, obeliscal, de oreja a oreja, se ha recortado. Los corresponsales de las agencias internacionales y nacionales de Washington han observado que en las fotografías oficiales del Presidente, puestas en circulación el día 12 por las oficinas de prensa del ejecutivo, se cuentan solo siete piezas dentarias, donde hace 18 meses se dejaban ver ¡catorce! piezas de optimismo panglosiano. Como quien dice, ríe de medio lado. Ya no es el sonriente granjero catapultado a la cima del poder político contra todas las predicciones de los sesudos expertos políticos tradicionales de los USA. Los asesores, explica la oficina de Hamilton Jordan, decidieron que para estos momentos coyunturales el primer mandatario debe dar una imagen más presidencial (sic), más seria, que contrarreste el subrayado descenso de su popularidad en los sondeos de la opinión pública nacional e internacional. La mano del mayimbe de la asesoría Zbig Brzezinski asoma la negación de que no se trata de graves problemas que preocupen al Presidente, sino de mostrar una imagen verdadera, acorde con la responsabilidad de los USA con el mundo.
Mi carnal Sofenio, guajiro de Vueltas, acota que si la medida de la imagen presidencial de la Casa Blanca se mide por el número de piezas dentarias que exhibe cada presidente, el conteo constituye un mecanismo sicológico muy entretenido, pero muy diversionista. Desde la dentadura de George Washington que tenía todas las piezas postizas y de madera, arriba y abajo —que yo la vide en Mount Vernon, venerable en una urna—, de entonces a la fecha hay de todo como en botica, sobre todo las drugstores norteamericanas donde lo mismo se consigue un aspirina que una frita y, a veces, una cachadita de LSD.
Mario Kuchilán
Del volumen Una bocanada de humor, de la colección Saeta, 1981
Gustavo Prado Álvarez (Pitín), oriundo de Ranchuelo, Villa Clara (1931), fue excelente caricaturista y jovial amigo. Fundador del diario humorístico Palante; junto con el inolvidable Adigio Benítez y otros compañeros participaba en la ilustración de las páginas del periódico Hoy. Fue un maestro del humor político y costumbrista que le hicieron merecer numerosos lauros internacionales y nacionales, incluido el Premio José Martí y la condición de corresponsal de guerra.
Pitín, Palante, 1974