Desde el 23 de octubre último no ve a su familia del municipio de Calixto García, en Holguín. Salió de su casa en un camión sin fecha de retorno, como tantas veces en su vida, y pasará aún varias jornadas para que vuelva a disfrutar del calor de los suyos. Ahora lo separan más de 700 kilómetros y un deber impostergable que ama: llevar «luz» a donde se la ha llevado un desastre natural.
Alberto Ramón Pérez Rodríguez es jefe de una brigada de mantenimiento estructural de la Empresa Eléctrica que vino, junto a otras del país, a levantar las seis torres de alta tensión de 220 kv (kilovoltios) caídas en un tramo de la autopista entre La Habana y Pinar del Río.
«En este lugar sí acabó esa fiera», comenta, mientras señala el panorama devastador que dejó el huracán Rafael a inicios de noviembre en la zona próxima al municipio de Mariel.
El trabajo allí es duro, difícil, sobre todo por la maleza y el fango encima del cual deben armar cada estructura metálica. Poner vigas en cruz, atornillar y conducir parte de las labores no resulta algo simple, más cuando las condiciones del terreno son hostiles.
Mientras hablamos, Alberto toma un descanso a la orilla de la carretera, justo frente al cartel que señala el kilómetro 32 de la autopista. No está agotado, o al menos eso dice. «El problema es que debí parar porque me medí el azúcar y la tenía en 17», confiesa en voz baja, como quien no quiere alarmar a nadie a su alrededor.
En realidad, suda copiosamente el pulóver que lleva, pero no se sienta. Permanece de pie y al tanto de cada detalle bajo un sol intenso que intenta vencer cualquier voluntad y quema, al mediodía, por encima de la ropa.
Con 65 años, sus manos siguen ágiles y «en forma». Hace menos de 15 días estaba en Guantánamo, ayudando en la zona de Baracoa. Allí debieron levantar una estructura metálica emergente para sustituir dos postes H de madera, partidos con los embates de los vientos del huracán Oscar.
Llegaron el 23 de octubre, y al día siguiente Baracoa se alimentaba de corriente por la línea recuperada, enfatiza con orgullo. Todavía en Guantánamo, Alberto intuyó que en cuestión de horas cambiaría el itinerario de trabajo de su brigada hacia occidente. «Cuando vi la trayectoria que cogería el ciclón Rafael, supe que la cosa fuerte sería acá, en Artemisa.
«¡Para qué engañarnos! —confiesa—. Después de dos huracanes casi seguidos, el cuerpo lo siente. Fue un tramo muy largo de Guantánamo hasta aquí, y comenzamos a fajarnos con las torres enseguida».
Sin embargo, asegura, eso no es nada para un «serranito» que lleva 40 años haciendo y levantando todo tipo de estructuras eléctricas.
Este par de huracanes le hacen recordar cuando en el 2008 Gustav e Ike devastaron unas cuantas torres de alta tensión desde Mariel hasta Pinar del Río. «Aquello fue tremendo, porque luego del paso del primero logramos levantar varias estructuras, y una semana después vino el otro y acabó en el mismo lugar», afirma este hombre con su naturalidad guajira, sincera, sin moldear ninguna frase.
Desde bien temprano en la mañana hasta entrada la noche, varios hombres ensamblan ágiles las estructuras metálicas. El descanso es reducido, porque la culminación de la obra debe ser lo antes posible.
Hay miles de personas en Pinar del Río, cuya estabilidad energética depende de la recuperación de la línea devastada de 220 kv. Esa es hoy la misión principal de su brigada, y él, Alberto, aunque esté a cargo de su gente y a veces supervisa a otras brigadas, lo mismo asume tareas de ensamblador que cualquier otra: «Aquí no existen categorías de trabajo entre nosotros, todos nos ayudamos», asegura.
Por ello le duele tanto cuando las personas hacen comentarios injustos sobre los trabajadores de la electricidad. Con sus ojos cansados señala al frente: «Mira cuántos hombres hay ensamblando la primera torre, luchando contra el tiempo. Muchos salimos de la casa sin corriente, dejamos miles de necesidades atrás para venir a batirnos».
¿Cuándo piensan irse?, le pregunto. «Cuando se termine. Nosotros siempre sabemos el día que venimos, pero nunca la fecha de regreso», asegura.
A su edad, y consciente de la trascendencia de su labor, él no se considera un héroe ni aspira a serlo. «Solo soy un cubano más que intenta hacer bien su trabajo», dice. Eso sí, recalca: «Para estar en este mundo de la electricidad hay que tener mucha voluntad y pasión».