El próximo domingo 24 de noviembre se llevará a cabo la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Uruguay. Esta nueva cita con las urnas pondrá frente a frente a las dos formaciones políticas responsables de la solidez democrática del país, la coalición de gobierno de centroderecha, actual fuerza gobernante, y el centroizquierdista Frente Amplio.
Resultados de la primera vuelta
En la primera vuelta el Frente Amplio resultó la fuerza más votada con 43,9%. Un resultado que supera el obtenido en 2019 en la misma instancia (39%), pero lejano de las expectativas del grueso de su militancia y referentes. Sin embargo, un resultado inesperado fue que el Frente se aseguró el control del senado al obtener 16 escaños de un total de 30. Algunos interpretaron esto como un signo claro de sus posibilidades de imponerse también en la segunda vuelta, aunque se olvidaron de aportar el respaldo empírico correspondiente.
Por su parte, los partidos que conforman la coalición oficialista de centroderecha, calculando que era muy improbable que el Frente Amplio obtuviera la mayoría absoluta de votos enfocaron la primera vuelta como una especie de primarias del bloque. La «interna» debía arrojar claridad sobre cuál de sus precandidatos presidenciales contaba con mayor respaldo electoral y además actualizar el estado de la correlación de fuerzas internas en el conglomerado. Los resultados ratificaron a Álvaro Delgado como candidato presidencial y al Partido Nacional (26,7%) como eje rector de la coalición oficialista que, en conjunto, consiguió una votación superior (47,6%) a la del Frente Amplio.
Popularidad presidencial positiva y cohesión interna
La experiencia comparada consigna que, en América Latina, la popularidad positiva o negativa del presidente de turno tiende a asociarse con el resultado electoral del oficialismo incluso en segundas vueltas electorales. Ciertamente, no lo hace de manera idéntica. Mientras la aprobación negativa del ejecutivo predice de forma contundente la derrota oficialista y la alternancia en el poder, la popularidad positiva del presidente anuncia la continuidad del oficialismo en el poder, pero de una forma más laxa.
La razón de la diferencia reside en que, si bien la percepción satisfactoria del desempeño del presidente de turno en la ciudadanía arropa y potencia las posibilidades del candidato presidencial oficialista, solo lo hace bajo la condición de que el partido o coalición de gobierno encare la campaña electoral sin encontrarse afectado por una división interna abierta o solapada. Por eso tienen razón quienes han señalado que las probabilidades de retener el poder por parte de la coalición republicana dependen de la forma en que gestionen en esta fase decisiva las diferencias y expectativas de los partidos que la integran.
El antecedente
La coalición republicana tuvo una experiencia reciente al respecto. Rumbo a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2019, cuando recién se constituía como coalición electoral, pero tenía a su favor que los ciudadanos uruguayos de forma general desaprobaron de forma notoria la gestión del entonces presidente frenteamplista Tabaré Vazquez, la coalición republicana por problemas de cohesión interna sufrió una fuga importante de votos que la condujo a obtener un triunfo en extremo reñido que les amargó el festejo.
La popularidad positiva del presidente Luis Lacalle Pou, la supervivencia de la coalición de gobierno a lo largo de un complicado mandato y en especial la oportunidad de poner de manifiesto cierto aprendizaje sobre gestión de conflictos internos en medio de campañas electorales podrían estar brindando pistas sobre lo que acontecerá la última semana de noviembre en el país suramericano.
La transferencia de la popularidad en segundas vueltas electorales
En Uruguay, el Frente Amplio ha competido dos ocasiones en segundas vueltas arropado por la aprobación positiva de sus mandatarios, Tabaré Vazquez (56%) en su primer mandato y José Mujica (50%), respectivamente. En ambos casos el candidato presidencial de la formación de centroizquierda terminó imponiéndose de forma inobjetable. En promedio, en ambas elecciones la transferencia de la popularidad presidencial positiva alcanzó 105%. Pero, esos niveles destacados de transferencia podrían estar condicionados por el grado de cohesión interna que llega a alcanzar el Frente Amplio, sin duda superior a los de la coalición de partidos de derecha que apenas cuenta con cinco años de existencia.
Por su parte, en la región, cuando los mandatarios han llegado a la campaña electoral con una evaluación positiva, el partido o coalición de gobierno no presenta un problema de cohesión interna y la candidatura del oficialismo no ha recaído en el propio presidente de turno buscando su reelección sucesiva, la tasa de transferencia de la popularidad positiva ha sido de casi 102%. Pero, el número de casos que sustenta esa tasa también es relativamente pequeño y la diferencia entre los casos con menor y mayor transferencia lamentablemente refleja una variación significativa.
Los datos aportados no arrojan un resultado concluyente sobre cuál fuerza política finalmente obtendrá las preferencias del electorado, en cambio brindan un rango aproximado del caudal de votos potenciales que podría cosechar el oficialismo en la segunda vuelta.
En los últimos años, diversas investigaciones comparativas han elevado el conocimiento sobre tendencias del desenlace de las elecciones presidenciales en las democracias de la región. Con base en ese conocimiento, lo que en realidad supondría una sorpresa en la segunda vuelta de los comicios presidenciales de Uruguay de 2024 no sería precisamente el triunfo oficialista sino su derrota. Dicho resultado, desde el punto de vista estrictamente comparativo, justificaría incluso su definición como un caso de estudio emblemático.
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