El cuento infantil 'La ogresa que solo se comía a los niños obedientes' propone una reflexión acerca de “portarse bien”, una expresión genérica y relativa que las expertas recomiendan evitar, pues es difícil que niños y niñas entiendan lo que se les pide
Ana Garralón, especialista en libros infantiles: “Todavía se piensa que los niños son unos seres ingenuos y un poquito bobos”
“Érase una vez una ogresa que solo se comía a los niños y niñas obedientes [...]. Angustiados con la idea de perderlos, los padres y las madres del pueblo acordaron convertir a sus hijos en una panda de pillos. De ahora en adelante, estaría prohibido prohibir. Se acabarían las leyes, las normas, los castigos”.
Así comienza la historia de La ogresa que solo se comía a los niños obedientes (Danielle Chaperon, TakaTuka, 2024), un libro infantil recientemente publicado que abre una reflexión sobre qué es realmente portarse bien en la infancia. ¿Es cumplir con las expectativas que los adultos tienen sobre los niños y niñas? ¿Obedecer las normas que se les imponen? ¿O es tener conductas que no molesten a las personas adultas?
La psicóloga Fernanda Bocco lo tiene claro: “Lo que entendemos culturalmente por portarse bien es estarse quieto, no hacer ruido, no ensuciarse y no molestar a los adultos”. Bocco, que además de psicóloga es cofundadora de La Semilla Violeta, un proyecto educativo basado en metodologías alternativas, explica que es una idea abstracta, por lo que es muy difícil que los niños y niñas entiendan lo que les estamos pidiendo: “Es una expresión tan genérica y poco específica que sirve de cajón de sastre para incluir todo aquello que el adulto de turno considere adecuado o inadecuado”, asegura la experta.
Yendo un paso más allá, la psicóloga considera que pedirles obediencia en genérico es ir en contra de su naturaleza infantil: “Esta expectativa que tenemos como sociedad va totalmente en contra de lo que realmente es un niño y de lo que necesita, que es moverse mucho, explorar y tocar todo, hablar, y todo eso acompañado por un adulto presente y disponible. Cuando pedimos que un niño ‘se porte bien’ estamos diciéndole básicamente que deje de ser lo que es porque si no no le vamos a aceptar”, explica, y añade: “debemos revisar la idea de obediencia ciega, porque casi siempre estamos esperando algo tan ajeno a lo que la infancia puede asumir que terminamos frustrados y enfadados todo el día, haciéndoles sentir mal por no hacer lo que esperamos”.
Coincide en este criterio Elltarys Larrad Ginard, terapeuta ocupacional infantil, que además señala que “portarse bien” es un concepto relativo: “Gritar y saltar en una fiesta de cumpleaños puede ser un comportamiento aceptado, mientras que eso mismo en medio de una clase o una conversación tranquila no es lo más adecuado”, comienza. Para ella, la clave está en comprender las etapas del desarrollo infantil: “En los últimos años se ha descubierto que el cerebro de los niños tarda años en desarrollar habilidades de autocontrol –a veces los adultos tampoco las hemos desarrollado del todo–. ¿Cómo vamos a pedirles que controlen sus impulsos y se atengan a unas normas sociales, cuando no están preparados todavía?”, se pregunta Larrad. Y propone evitar expresiones genéricas como “portarse bien”, siendo más explícitos: “Cuando queremos educar a un niño, tenemos que ser muy claros en lo que esperamos de él o ella. Hay que ser explícitos y mucho mejor: dar ejemplo”.
Para Elltarys Larrad, debemos preguntarnos qué buscamos al pedir obediencia a niños y niñas: “¿Queremos que nuestros hijos hagan todo lo que les dicen los demás? ¿Que de mayores se sometan a un jefe, a una pareja, a sus amigos? Si queremos que tengan criterio y que se cuestionen las cosas, debemos educarlos desde la infancia. Haciéndoles reflexionar, preguntándoles, teniendo en cuenta su opinión y haciéndoles partícipes en la toma de decisiones siempre que sea posible”, explica.
La psicóloga Fernanda Bocco hace en este punto una diferenciación entre las normas y los límites básicos. “Los límites básicos tienen que ver con la seguridad: no agredir a sí mismos o a otros, no romper ni lanzar cosas, no ponerse en peligro. Las normas son algo más variable y que cambia de casa en casa, pero deben existir para que toda la familia se sienta tenida en cuenta. Si la norma, o lo que estoy pidiendo, es contrario al niño, ojalá lo desobedezca y se mantenga conectado a sí mismo –por ejemplo, que siga jugando, riendo, danzando, ensuciándose–. Si estamos hablando de un límite que pretende proteger al niño, entonces el adulto debe asegurarse de que se cumpla, como por ejemplo no cruzar una calle solo o sin mirar o no dejarse poner el cinturón de seguridad”, asegura.
En el cuento de La ogresa que solo se comía a los niños obedientes, por un tiempo, adultos y niños intercambian sus roles habituales: son los padres y madres los que animan a niños y niñas a transgredir las normas para que la ogresa no se los coma. Esto lleva a una cierta confusión y a una reflexión de fondo que sobrevuela toda la historia y que se queda sin respuesta: ¿qué es realmente portarse mal o bien?