El nombramiento del militar retirado como responsable de la Reconstrucción de Valencia ha reavivado el discurso de la antipolítica, en buena medida por sus propias declaraciones. El propio Feijóo ha llegado a decir que el general "no viene a hacer política, sino a reconstruir", como si fuesen términos contradictorios
Mazón se pone galones
Pese a la pirotecnia informativa con que algunos medios han celebrado su nombramiento, ignoro si el teniente general retirado Francisco José Gan Pampols sea la persona más idónea para coordinar la reconstrucción de Valencia tras la DANA del 29 de octubre: el presidente de la Comunitat Valenciana, Carlos Mazón, lo acaba de designar vicepresidente con ese cometido y la prudencia aconseja evaluar su trabajo a medida que vayamos conociendo los resultados. El historial militar de Gan Pampols es admirable y según he leído viene avalado por una experiencia similar en Afganistán. Por lo que entiendo, aquel trabajo consistió en coordinar la seguridad de las acciones civiles que se desarrollaban en el marco de la reconstrucción del país asiático; una misión sin duda importante, pero distinta a la gestión en sí de la reconstrucción. De todos modos, lo razonable es esperar antes de juzgar.
De lo que quiero tratar aquí, y con preocupación, es del clima anti político que está avivando el nombramiento de Gan Pampols, alimentado en buena medida por él mismo. En su desfile de las últimas horas por los medios de comunicación, el militar se ha dedicado a enfatizar su condición castrense y a exhibir, con cierto tufo de desdén, su independencia de todo lo que huela a política. “Soy un soldado, no un político”, “No aceptaré directriz política ninguna”, “No voy a aceptar órdenes políticas ni partidistas”, son algunas de las afirmaciones que ha esparcido en su peregrinación mediática y que han provocado especial excitación en los círculos patrióticos de las redes sociales ante la perspectiva de que sea un militar quien ponga orden en el desaguisado creado por “los políticos”.
Que existe una desafección creciente hacia la política y los políticos es un hecho innegable. Como lo es que los propios políticos tradicionales, o parte de ellos, han contribuido a esa crisis de confianza, ya sea por la baja calidad del debate público, por la burocratización de los partidos o por la incapacidad de estos para atender la complejidad de problemas que afronta la sociedad. Sin duda, existen motivos para criticar a la clase política. Pero también hay que señalar que la extrema derecha está aprovechando ese río revuelto para instalar un discurso anti político con el propósito de minar la democracia tal como la conocemos y crear un escenario iliberal propicio a la expansión de su ideología. Estamos en un momento crucial para la democracia, en España y buena parte de Occidente, y el peor mensaje que se puede lanzar a los ciudadanos en esta encrucijada es que la política es un elemento tóxico, como lo está insinuando el general Gan Pampols, quien, por cierto, firmó un manifiesto contra la Ley de Amnistía aprobada por el Parlamento, lo que podría sugerir que algún corazoncito político late bajo su coraza marcial.
Quizá alguien debería explicarle al flamante vicepresidente para la Reconstrucción que, por muy militar que sea, el cargo que va a ejercer es de naturaleza política y, como tal, está sujeto al escrutinio de los órganos democráticos de control. Muy en particular el Parlament autonómico y, también, el Congreso de los Diputados, puesto que la mayor parte de las inversiones que se hayan de realizar saldrán de los presupuestos generales de la nación. Que por mucha destreza que tenga en “el arte de mandar bien” –título del libro que publicó en 2022–, deberá mantener informada a la opinión pública de su gestión y responder por sus acciones cuando le sea requerido. Quizá haya que decirle también que muchísimos españoles tienen muy claro que lo que falló el 29 de octubre, lo que impidió reducir los estragos de la DANA, no fueron ni “la política” ni “los políticos”, sino la negligencia imperdonable de un político concreto, el presidente Mazón, su nuevo jefe, que no prestó la debida atención a todas las señales de alerta que se activaron desde primera hora el día de la catástrofe. Que la tragedia adquirió dimensiones apocalípticas no porque se careciera de una administración de “técnicos”, sino porque al frente de la crisis estuvo –y para estupefacción de muchos sigue estando– un político rematadamente malo e insensible.
La pregunta es cómo se puede combatir el discurso de la anti política cuando el propio líder del principal partido de la oposición en España, Alberto Núñez Feijóo, proclama con naturalidad que el general Gan Pampols “no viene a hacer política, sino a reconstruir”. Presentar la política como antítesis de la reconstrucción parece incomprensible en una persona que lleva más de un cuarto de siglo haciendo política. Sin embargo, es posible que Feijóo haya pronunciado la frase en un arranque inconsciente de sinceridad: su forma de entender la política, al menos desde que asumió la presidencia del Partido Popular, ha consistido en una batalla irracional de acoso y derribo contra el presidente Sánchez, al que niega legitimidad democrática, sin que parezca importarle un comino la erosión que su estrategia está provocando en las instituciones, en primerísimo lugar las de representación política. Está claro que política y construcción (o reconstrucción) son conceptos incompatibles en el léxico de Feijóo y su partido, como lo han demostrado una vez más con su actuación deleznable ante la tragedia de la DANA.
La situación en que ha quedado Valencia es tan dramática que solo cabe desear éxito al general Gan Pampols en su tarea. Es lo mínimo que se merecen los valencianos. Tal vez debería comenzar diciendo a su jefe Mazón que es de pésimo gusto adjudicar contratos a dedo a empresas involucradas y condenadas en el caso Gürtel, como ya se está haciendo al calor de la emergencia según revelaciones de este diario. Y haría bien en dejar de sermonear contra la política, que los que no nos chupamos el dedo sabemos que denigrar la política es una forma, y muy peligrosa, de hacer política.