La televisión que disfrutamos o sufrimos cada día ya no es la que era. La que hemos vivido durante tantos años en nuestro país, TVE, ha sido sin ninguna duda la cadena pública que más ha influido en el desarrollo y el asentamiento de España en una democracia moderna. Fue posible gracias a la complicidad y a la falta de complejos de una sociedad comprometida con el futuro y sensibilizada con el pasado. TVE ya es mayor de edad y alcanzó esa mayoría no por los años de existencia desde su primera emisión, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, y sí por los años de servicio público, útil y necesario que desempeñó a lo largo y ancho de un tiempo de primaveras y otoños amontonados entre legalizaciones de partidos y pistoletazos fascistas. Fue lo que dimos en llamar la Transición. Los que tuvimos la fortuna de participar de ese tiempo y de ese momento profesional en televisión somos conscientes de haber sido parte activa en hacer posible la construcción del puente que arrimó, que acercó, las dos orillas, las dos formas de entender y comprender este país. Mil y una fórmulas y maneras de crear, de producir y emitir programas para una televisión que debía fomentar respeto, discrepancia, entendimiento y debate. En definitiva, libertades, derechos y deberes. Deseos de convivencia que finalmente alcanzaron el gran objetivo: el mutuo respeto a otra forma de entender y comprender el país, Estado, los territorios históricos, la nación… España. Tan simple como complejo, tan complejo como simple. Todo un pequeño ejército de profesionales de la televisión que se enfrentaron, sin saberlo, a uno de los 'encargos' televisivos más hermosos e irrepetibles, como fue el de engrasar las ideas y refrescar los pensamientos para concienciar a una audiencia, entonces millonaria, de que lo importante no era tanto la cantidad como sí la calidad de los contenidos. Aquella Televisión Española que nos tocó vivir pasó del blanco y negro de las demostraciones de esos mayos sindicales en el estadio Santiago Bernabéu al multicolor vivo y transparente de la información diversa y de la opinión plural. Sin estridencias, sin facturas que pasar al cobro. Sin complejos. Y por supuesto, sin concursos de SMS. Han pasado ya muchas parrillas y programas, suficientes para que en estos tiempos plurales de democracia, libertades y derechos podamos hacer balance y que lo hecho hasta ahora nos dé pie para reflexionar y pensar en el futuro con lo que hoy estamos creando, programando y emitiendo, pero ya en esta era del color, de la TDT, de UHD, RR.SS, 4K, 8K, 'streaming'… plataformas. Y en este tiempo de 'enfrentismo', incertidumbres e imperativos es hora de trabajar, pensar y tratar de ganar de nuevo el respeto de las audiencias. Es el tiempo de crear, de proponer a la sociedad un gran proyecto para la radiotelevisión pública. Un proyecto nuevo y realista. Atractivo, creíble, sostenible y sobre todo alejado de injerencias políticas y tentaciones ideológicas, burocracias y organigramas mastodónticos. Para que ahora, con las nuevas herramientas que nos sirven las tecnológicas, nos pueda ofrecer el magnífico espectáculo de la información bien trabajada y servida, así como promover y fomentar el formidable mercado de la producción audiovisual de nuestro país. Y en este momento, ahora, es cuando la televisión, la gran televisión, la pública por excelencia, ha de saber hacerse sitio y ponerse a la cabeza de la gran manifestación social que exige –en esa gigantesca pancarta que es la pantalla de televisión– derechos, verdad, información, objetividad, opinión y talento. Hay que ganarse de nuevo el rigor y el respeto. Y ser conscientes de que la verdad no está solo en una de las orillas, sino que es una acción de conjunto. Ninguno de los grupos mediáticos de este país debe monopolizarla. Tampoco los partidos políticos ni las grandes empresas de producción. Ese concepto de producción y emisión de contenidos ha de estar en todas y cada una de las emisoras de televisión, en las redacciones, en todos y cada uno de los informativos. La verdad en y con la información contrastada. Hemos de acostumbrarnos a que a veces nos haga daño y otras nos satisfaga. Es imperativo vivir con ella. Con su grandeza y con su miseria. Es el prioritario deber de la gran y buena televisión y el derecho fundamental de nuestra sociedad comprometida, democrática y ya madura. La información en televisión ha de ser a la verdad lo que las primaveras son a las libertades. Y son los partidos y los profesionales los responsables de proteger y amparar, por encima de ideologías partidistas, ese encargo y deber social que tiene la televisión con sus audiencias. La Televisión (así, con mayúsculas) tiene que ver con el saber hacer, pensar y sentir plural de sus profesionales en todas las áreas; ha de acudir de nuevo al servicio de la comunidad libre y democrática, produciendo y ofreciendo contenidos fuera de intereses y doctrinas de partidos y tendencias de toda índole y color. La información veraz y limpia, la opinión diversa y necesaria, precisamente en este tiempo de contaminación y bulos. Las circunstancias actuales requieren ya un liderazgo nuevo y fresco para este proyecto, sin ataduras de ningún tipo, conformado por profesionales independientes y valorados por su experiencia contrastada y no por servilismo debido, dedazos o decretazos. Profesionales ajenos a la contaminación política, liberados de cargas ideológicas y consensuados por todas las sensibilidades, con un encargo y un compromiso de los que no puede haber dudas y con los que siempre deben hacer bandera: la información veraz y el enriquecimiento limpio para el espectador. Hagamos, pues, televisión, Televisión con mayúsculas, donde la verdadera estrella sea el espectador , que este sea el protagonista y depositario final de tan hermoso encargo y que en el 'prime time' podamos emitir orgullosos eso de «la televisión con la información de verdad y trabajada también nos hace más libres». Son las cosas de esta España mía y de esta España nuestra y vuestra… y por supuesto de todos. ¿A qué así la caja no sería tan tonta?