La bomba atómica rige hoy el devenir de Oriente y Occidente. Es la amenaza velada de Vladimir Putin y, en breve, hará también las veces de cortafuegos del recién elegido presidente Donald Trump. Algo habitual dentro de los arsenales de las grandes potencias, vaya. Sin embargo, hubo un tiempo –la Segunda Guerra Mundial – en el que los arsenales del Viejo Continente suspiraban por hacerse con ella y rabiaban porque su adversario no avanzara en su diseño. Una guerra atómica en la que valía todo, como demostró Gran Bretaña al enviar a un grupo de paracaidistas hasta Noruega para destruir las instalaciones de agua pesada del Tercer Reich. Y así lo contó en ABC el periodista del 'Daily Express' en...
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