Todas las miradas se vuelven a posar en el enviado estadounidense, Amos Hochstein, quien se reunirá hoy con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en Israel para tratar de sellar un alto el fuego con Hizbulá en Líbano tras dos meses de dura ofensiva de las FDI. Ayer, Hochstein se entrevistó en Beirut con el veterano presidente del Parlamento libanés y mediador entre la organización proiraní y Washington, el chií Nabih Berri, en su intento de alcanzar un acuerdo duradero entre las partes, que en la víspera habían asegurado haber aceptado una propuesta con «la necesidad de algunas aclaraciones». Tras el encuentro, el enviado de la Administración Biden afirmó haber logrado «avances adicionales».
En la tarde del miércoles, el nuevo secretario general de Hizbulá, Naim Qassem, aseguró haber trasladado sus exigencias a EE UU y que el cese de las hostilidades depende ahora de Netanyahu. Con todo, en su alocución televisada de ayer, el nuevo líder de Hizbulá aseveró que la milicia proiraní seguirá activa sobre el terreno «tanto si las negociaciones llegan a un buen fin como si no». «Si atacan Beirut, atacaremos Tel Aviv», zanjó.
No en vano, la aparente cercanía del acuerdo para el cese de las hostilidades no ha impedido que en las últimas horas tanto las Fuerzas de Defensa de Israel como la milicia chií libanesa hayan seguido intercambiando fuego. A pesar del castigo sufrido en sus feudos del sur y el valle de la Becá, al este, además de en los suburbios de Beirut, sobre todo, Hizbulá ha querido mostrar en las últimas fechas seguir teniendo capacidad para hacer daño lejos de la frontera israelí. La milicia lanzó en la tarde de ayer dos docenas de misiles contra el norte de Israel, y en la víspera alcanzó Tel Aviv.
Los representantes libaneses que trabajan en las negociaciones defienden la aplicación de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU de agosto de 2006, con la cual se puso fin a la última confrontación armada entre Tel Aviv y la milicia nacida en plena guerra civil libanesa gracias a Irán y convertida hoy en un Estado dentro del Estado. Aceptada por parte de Hizbulá la retirada de sus milicias del espacio comprendido entre la «línea azul» fronteriza y el río Litani, el principal escollo en la negociación se encuentra en estos momentos en la exigencia de respetar la soberanía libanesa y, por ende, el fin de las incursiones aéreas y terrestres de las FDI, algo a lo que Israel se sigue oponiendo. Netanyahu insiste en contar con libertad de acción si Hizbulá incumpliera –como, por otra parte, ha venido ocurriendo desde 2006– lo pactado. De acuerdo con la 1701, al margen del contingente de la Finul, solo el Ejército de Líbano estará autorizado a tener presencia en el sur del país.
Israel y Hizbulá tampoco se han puesto de acuerdo en la composición y capacidad de un eventual comité de supervisión internacional que deberán integrar representantes de ambos países además de Naciones Unidas, Estados Unidos y Francia. Otro elemento de desacuerdo es cómo se llevará a cabo la reconstrucción del país: la organización chiita no quiere influencia de Tel Aviv en el proceso con vistas a preservar la participación financiera de Teherán. La organización chiita libanesa se compromete además a la elección de un presidente -que el acuerdo fundacional determinó que tendría que ser siempre cristiano maronita- después de más de dos años de bloqueo.
La ofensiva israelí en Líbano ha costado la vida a más de 3.500 personas -se desconoce cuántas de ellas miembros de Hizbulá y cuántas civiles- y herido a al menos 15.000, según el Ministerio de Sanidad libanés. La guerra ha obligado a al menos 1,2 millones de personas -en un país de cinco millones y medio de habitantes- a abandonar sus hogares.