Quienes vivimos en la Cuba actual sabemos que padecemos angustias cotidianas y tensiones tremendas. Nos preocupan tantas cosas y, al mismo tiempo, son tantas las carencias, las dificultades, que cuesta definir lo prioritario, lo que debe hacerse ahora, lo que no puede esperar. Tenemos muchos frentes abiertos y son tantas las urgencias que acabamos viviendo en un torbellino que todo lo descontrola e intenta desdibujar el horizonte, hundirnos en la desesperanza, atizar una inconformidad que nos haga estallar.
Como se sabe, aunque muchas veces se oculta o se omite, la inmensa mayoría de las carencias que sufrimos son producto de una política espantosamente cruel, por medio de la cual el imperio más grande de la historia pretende humillarnos, quebrar nuestras convicciones, borrarnos. Para conseguir esos propósitos nos necesita aislados y bloqueados, imposibilitados de pensar, incapaces de producir lo necesario para nuestra subsistencia, solitarios.
La guerra que se nos hace busca convertirnos en individuos «enojados o deprimidos, adormecidos o sobreexcitados», en zombis o en cyborgs, si tenemos en cuenta los contenidos tóxicos que nos llegan a través del espacio digital. No quieren que podamos mirarnos de frente, cara a cara, reconocernos en el dolor o en la alegría de nuestros semejantes.
Obviamente, es lógico que estemos inconformes, porque nuestras aspiraciones son enormes y porque lo son —no podría ser de otro modo en un país socialista—, para todos, para todas. Y es justo por esto último que estamos obligados a canalizar esa inconformidad nuestra hacia la construcción de la comunidad.
Hay que potenciar las múltiples redes en que nos hemos organizado y trabajar, sin esquemas, con humildad, aprendiendo unos de los otros, caminando juntos. Los ejemplos de solidaridad con las familias afectadas por el huracán Oscar que hemos visto en estos últimos días son la expresión más rotunda de un proyecto social que debe ser defendido a toda costa. Tenemos que permanecer unidos y debemos encontrar, en nuestros ámbitos de vida y trabajo cotidiano, alternativas colectivas para que nadie se quede atrás.
Es imprescindible que podamos seguir reconociendo en la palabra «cubano» el pueblo que somos: digno, soberano, justo, con saberes muy diversos y valores muy altos. El pueblo que dio a un Martí y a un Fidel y que, con ellos, es reconocido dondequiera que se lucha por la justicia y por la emancipación. «La cultura es la Patria», hemos dicho con Fernando Ortiz en este 10mo. Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), y las realizaciones más auténticas del arte y la literatura son una muy potente certidumbre de esa cultura.
Es por ello que nuestra responsabilidad como escritores y artistas, como creadores y promotores de nuestra identidad nacional, es indelegable, y aunque sería suficiente con que sigamos haciendo y socializando nuestra obra, es muy importante ir más allá. Hay que llegar a las aulas para apoyar a los educadores y, también, invitar a los estudiantes a nuestros espacios de creación y promoción.
Tenemos que propiciar el diálogo entre generaciones y encontrar las vías para que la historia, la poesía, la ciencia y los saberes populares, el pensamiento crítico y el humanismo tengan presencia cotidiana en la escuela cubana. Pero no solo los artistas tenemos que ir a las escuelas: es necesario que también vayan los médicos, los científicos, los combatientes, quienes practican los oficios más antiguos… Hay tanta gente valiosa en nuestros barrios. Y hay que hablar de nuestros problemas con los más pequeños, con los más jóvenes, e involucrarlos en las soluciones.
Durante el verano pasado, en medio de la tensión electroener gética, la Casa de las Américas se llenó de niños que asistieron a talleres y presentaciones artísticas; lo mismo ocurrió en la sede nacional de la Uneac y estoy seguro de que en otras muchas sedes e instituciones culturales del país.
La mayoría eran niños del entorno más cercano a estas instalaciones, que asisten a escuelas con las que se trabaja de manera sistemática. No podemos dejar de hacer ese trabajo, y hay que lograr que esos niños, niñas, adolescentes y jóvenes encuentren nuevos sentidos de comunidad en esos encuentros.
Es imprescindible que las más jóvenes generaciones protagonicen las acciones de transformación social que, en medio de tantos desafíos, se desarrollan hoy con todos y para el bien de todos. Trabajar para conseguir ese objetivo es acaso la mejor manera de imaginar un futuro cubano de paz con prosperidad y soberanía, y es nuestra responsabilidad contribuir a hacerlo posible.
(*) Intervención en la sesión plenaria del 10mo. Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en el Palacio de Convenciones, el 2 de noviembre de 2024.