Pertenecen a dos generaciones políticas distintas, de un mismo sistema del que formaron parte protagónica en su fase autoritaria. Uno en el retiro y otro en activo, vivieron la apertura democrática del país y, ahora, alcanzan a atestiguar cómo se vuelve a cerrar. Formaron parte del partido hegemónico del siglo XX y ahora son opositores del naciente partido hegemónico del siglo XXI.
Con menos de una semana de diferencia, Ramón Aguirre y Francisco Labastida convocaron a sendas presentaciones de sus biografías políticas en el Club de Industriales. Ambos abarrotaron las salas con un par de centenares de amigos, compañeros de generación, excolaboradores, políticos y periodistas.
En la presentación de Un hombre feliz, de Ramón Aguirre, editado por Akal, su hijo Javier fue enfático: el exregente de la Ciudad de México y candidato a gobernador de su natal Guanajuato no perdió las elecciones. Fue víctima de la primera “concertacesión” de Carlos Salinas de Gortari, como se llamó a la serie de negociaciones extralegales en las que cedía espacios de poder, en busca de la legitimidad perdida.
En La duda sistemática (Grijalbo), la biopol de Francisco Labastida, sin pelos en la lengua (o en la tinta) se cuentan cosas. Quien fuera el candidato presidencial del PRI que perdió en las urnas contra Vicente Fox afirma que Ernesto Zedillo no lo respaldó. Le faltaron apoyo político y recursos económicos suficientes para derrotar al exgobernador guanajuatense cuya viabilidad política nació, precisamente, de las negociaciones de Salinas de Gortari que pusieron las semillas del PRIAN. Zedillo deseaba que el PRI perdiera y él ser el primer presidente en fundar la alternancia. Quería ser el padre de la democracia mexicana, pero sólo fue quien consiguió la peor derrota de su partido.
Ramón Aguirre nos obsequia un álbum de memorias e imágenes en los que podemos rememorar la vida pública de la política, la sociedad y la farándula de la época.
Labastida nos comparte las reflexiones que, a lo largo de su trayectoria política, se articulan con el árbol de decisiones que tuvo que ir tomando. Sus primeros días en el gobierno, su afiliación automática al PRI como se acostumbraba en la época, su franqueza al hablar con José López Portillo, cuando apenas era funcionario en Hacienda son, apenas, el comienzo de una historia personal en la que da cuenta de su paso como gobernador de Sinaloa y en las secretarías de Estado de las que fue titular.
A Ramón Aguirre lo acompañó José Narro, gran amigo, mejor doctor y, sin duda, un gran funcionario público.
De hecho, Aguirre y Labastida sufrieron un poco lo mismo, el abandono del presidente en funciones; que aun siendo del mismo partido tenían un ego personal importante y un deseo de pasar como los grandes demócratas y en realidad traicionaron a su partido y a su país.
A Aguirre, habiendo ganado la elección, el presidente lo obligó a renunciar… bueno, no exactamente, pero antes de oficializar un absoluto triunfo en las urnas le pidieron que no tomara posesión, y así darle entrada ilegal a un panista; incluso los diputados priistas (me imagino que también obligados) votaron por Carlos Medina Plasencia (un acto ilegal a todas luces) y, en lugar de organizar unas nuevas elecciones como debiera ser, pues siguieron manteniendo al “usurpador” por todo el sexenio. ¿Qué dirán hoy los que en ese momento fueron los diputados traidores a su partido?, pues fueron los primeros “acomodaticios”, ¿o no?
A su vez, Labastida también sufrió de parte de Zedillo el abandono y la traición que hizo el presidente a su partido, pues no lo apoyó en nada, bueno, ni dinero le dio.
Así Salinas y Zedillo, me imagino, que por el deseo de pasar a la historia como ¡los grandes demócratas! Zedillo incluso torció la ley para permitirle a AMLO ser candidato a la hoy CDMX, cuando no cumplía los mínimos requisitos, ni siquiera vivía en la ciudad, así que ¡no tenía ni la residencia obligatoria!
Estas funestas decisiones que tomaron en contra de su país, de su partido y, me imagino, de sus entonces amigos, cambiaron el futuro de nuestra patria y nos metieron en el camino que hoy estamos y que está destruyéndose al país y polarizando a la sociedad.
Uno (Salinas de Gortari), empujando ilegalmente a la derecha, al PAN, para que sustituyera al PRI, y el otro, (Zedillo) empujando, también ilegalmente a la dizque izquierda, a AMLO, a Morena, para que también remplazara al PRI.
Por eso hoy me asombro cuando leo declaraciones de todo lo que está mal, y sí está muy mal, pero no se acuerdan de que fueron ellos los que lo iniciaron y sólo por la ilusión de pasar a la historia. ¡Por favor!
Uno de los presentadores de Labastida fue mi compañero en Azteca y muy querido y respetado amigo, Sergio Sarmiento, quien mostró una profunda empatía con el autor y nos platicó algunas de las principales anécdotas expuestas por el político sinaloense (no las repetiré para que compren el libro), por las que supimos que el periodista y el político comparten gustos y fobias políticas y gastronómicas.
Mientras que Jesús Silva Herzog Márquez sostuvo que el exgobernador hace un alegato a favor del poder restringido y abordó el contexto en el que el lector encuentra el libro: el nacimiento del siglo del populismo en el mundo de hoy, que tiene otros valores y nos muestra la receta del agotamiento del régimen constitucional. Debemos admitir la derrota del horizonte liberal, de la legalidad y el decoro. Labastida nos ayuda a aceptar que la única manera de entender y confrontar la realidad que vivimos es aceptar la derrota.
En La duda sistemática encontramos una historia personal de la vida de un político que, al mismo tiempo, es la historia de su contexto y de las relaciones de poder que lo rodearon, es la historia de las ideas que avanzaron en un cambio de siglo y contiene una secuela de hechos que nos permiten recordar cambios políticos y atar cabos que, hasta ahora, estaban sueltos.