A las 12.03, recién entrado el 20 de noviembre, se acabó la carrera de Rafael Nadal . Un final en diferido, porque hubo de esperar al final de la eliminatoria para confirmar el adiós. Eliminada España tras perder 2-1 ante Países Bajos, el balear daba por concluido un viaje extraordinario de más de veinte años de título en título, de triunfo en triunfo, de aplauso en aplauso. Como si el tenis no quisiera despedirse de él, la jornada en Málaga vivió de las lágrimas a la esperanza y de vuelta al suspiro por una despedida que nadie quería que ocurriera. Se hace real un vacío imposible de llenar, aunque se marche el balear arropado de esta pista, y de todas las pistas, por todo lo que ha dado y ha dejado impreso en el imaginario colectivo y emocional de los aficionados. Con el resultado en la mano, hay críticas sobre su presencia en la pista en el primer partido de la eliminatoria. Preguntado en cuatro ocasiones si se sentía preparado para jugar, y si era una buena idea su estreno, despachó la respuesta con el dedo señalando a David Ferrer. Sin embargo, al público, al aficionado, a quien ha seguido toda la trayectoria de Nadal eso no le importó, lo que quería era verlo a él. Sus últimos golpes, sus últimos puños al aire, su último aliento con una raqueta en la mano. Daba igual cómo. Aunque asumiera por fin la realidad con la que lleva batallando desde hace dos años: «Lo he dado todo como siempre. Uno no puede controlar el nivel que tiene, solo puede controlar la actitud y eso no me ha fallado, pero no he sido capaz del nivel necesario para poder dar el punto a España». Y ahondaba después en la explicación: «He entrenado suficientemente bien, pero en competición no he podido rendir lo bien que me hubiera gustado. En una pista que es muy rápida, los puntos no tienes tiempo para pensarlos y cuando estás fuera de competición es difícil seguir el ritmo. Necesitas reacciones rápidas porque todo se decide en detalles, y necesitas que funcionen de manera automática, sin pensar. Y no tengo los automatismos que tienen los que siguen en el circuito. No tenía la agilidad mental para hacer las cosas sin pensar». No quiso ser demasiado duro consigo mismo, que ya lo ha hecho durante más de veinte años y este no era el partido para hacer eso. Era el partido de dar lo mejor de sí, de regalar unos minutos más de Nadal, y poder disfrutar un poco más en la pista y con los compañeros. Así que las lágrimas pasaron a la euforia en un Nadal que pasó de tenista a aficionado para apoyar a Carlos Alcaraz primero, campeón sin discusión sobre Tallon Griekspoor, y después en la dupla con Marcel Granollers, competido partido ante Van de Zandschulp y Koolhof que acabó con cruel derrota. La doble exigencia de Alcaraz acabó pasando factura en sus piernas y en sus ideas, y aunque mezcló bien con la experiencia de Granollers, que ha sido este curso número 1 del mundo de dobles, la pareja neerlandesa tuvo más empuje en el 'tie break' y para dar el hachazo en el segundo capítulo. Se quedó ahí para siempre también ese Nadal hiperactivo en el banquillo, dando consejos, instrucciones, ánimos. Puro espectáculo con el que intentó llevar al equipo hacia el triunfo, hacia un paso más cerca para la séptima Ensaladera, hacia un día más para sentirse tenista. Jugara o no jugara después. Solo sentirse un día más lo que ha sido toda una vida. Pero no ha podido ser en esta eliminatoria de cuartos y no ha podido serlo en los últimos meses. Desde aquella lesión en la zona abdominal en Wimbledon 2022, Nadal empezó a desaparecer poco a poco. Lo intentó todo, como siempre, pero las cicatrices fueron más y más fuertes que él. Intentó volver, reconocible en su primer torneo en 2023 después de seis meses de parón. Pero hubo otro hachazo al cuerpo, más tiempo de reposo, torneos a los que decía que no, más meses en barbecho, una renuncia a Roland Garros y al resto del curso, una operación el día de su cumpleaños. Pero la esperanza de volver. Pero en 2024, la cosa no fue mucho mejor. Dos victorias en Brisbane y otra rotura en el tercer encuentro. Adiós a Australia, y a todo lo demás, porque no llegó a tiempo a la temporada de tierra y llegó con lo justo a Roland Garros. Un mazazo emocional perder contra Alexander Zverev en primera ronda de la que no se recuperó físicamente, sin posibilidades reales de emerger con garantías en los Juegos Olímpicos y de vuelta a casa sin un plan real de qué hacer en el futuro. El tenis estaba, pero no estaba todo lo demás: energía, físico, automatismos, rodaje, nivel para el tenis que seguía empujando sin él. Se le abrió las puertas de cerrar una magnífica trayectoria con la posibilidad de otro título, en compañía, en la Copa Davis, que era también cerrar un círculo bonito para un final a su altura. Se preparó todo. Alcaraz, Granollers, Ferrer, Martínez, Moyà, Ferrero... El propio Nadal apuró los tiempos, la mano, la muñeca, las ganas, las energías. Todo. Pero no era real. Era la ilusión confundida de esperanza y de anhelos, de seguir creyendo en quien tanto había hecho creer. Pero no fue suficiente. Se pierde el dobles y se despide a Nadal, con todos los honores, eso sí, porque ha dado tanto que es imposible resumirlo en unas líneas, en una hoja, en un aplauso. Pero se intenta, el único modo de homenajear a todo un campeón como Nadal. Se despide el balear, comienza su legado. Ahora sí, Nadal se despide del tenis. El tenis es menos tenis a partir de ahora.