No se trata de la necesidad de una liberación catártica por el hecho de hablar, que a veces puede, ciertamente, ser un alivio; sino de la posibilidad de ordenar subjetivamente lo que ocurrió e integrarlo en la propia historia, de tejer o, al menos, “remendar”, esa rotura de lo simbólico, pudiendo armar una significación propia, un relato, un argumento o un invento singular que permita al sujeto salir del atolladero en el que está varado y continuar la vida.