El ministro de Hacienda es el menos indicado para establecer los lineamientos sobre las necesidades educativas. Su campo es administrar los recursos del Estado, siempre escasos. Por tanto, el dinero, para él, nunca alcanzará, aunque la sociedad necesite mejor educación, salud, seguridad o programas sociales.
Sus ideas giran en torno al gasto, no a la inversión a largo plazo; y, en el caso de Nogui Acosta y del gobierno que representa, están sesgadas con respecto a la Universidad de Costa Rica y los centros de educación superior públicos en general.
Su discurso sobre “cuál es la educación que necesitamos", aparte de usurpar las competencias de la ministra de Educación, cae en un error persistente: determinar cuáles carreras impartir hoy, sin pensar en un mundo cambiante, o cuántas universidades públicas son necesarias. Son debates bizantinos resueltos, casi siempre, en favor de la inmediatez.
El país y el resto del mundo necesitan ingenieros, es cierto. La tecnología marca el ritmo, pero esos ingenieros deben haber sido formados para innovar y hasta para pensar bien por quién no votar, lo cual solo es posible cuando, en las escuelas, los colegios y las universidades, los profesores están preparados para inculcar más que conocimientos básicos sobre las materias; para ser guías y no imponer paradigmas.
Es a las personas a quienes les corresponde decidir qué desean estudiar, seguir sus instintos y preferencias. La labor de las universidades es ofrecerles las oportunidades para formarse en su vocación y la del Estado, dar señales de por dónde van las tendencias, por si algunos desean apostar a un trabajo seguro, según el mercado nacional e internacional, puesto que hoy la misma tecnología derribó las fronteras laborales.
Esta administración reconoció recientemente su fracaso en el programa de bilingüismo, el Ministerio de Educación no consigue elevar la calidad de la enseñanza, y, a pocos meses de terminar el cuatrienio, la informática educativa ni siquiera es un embrión de los requerimientos del mañana.
Ante tales fracasos, reconozcamos que al menos alguien en este gobierno “hable” de educación, aunque no sea para elevar la calidad.