Una de las actividades que más disfruto es ordenar mis libros cada cierto tiempo. Esa sola actividad suele traer consigo más de una revelación, suerte de descubrimiento del texto escondido, al que se regresa para cuestionarlo y ver su vigencia.
Dicho esto, son varias las inquietudes que deja la relectura de relatos aparentes (more ferarum 9/10, 2002) de Gastón Fernández (Lima, 1940 – Bruselas, 1997). La que interesa: el lector queda satisfecho, es testigo de lo mucho que la poética de Fernández aún puede transmitir, también es partícipe de una ética creativa, de lo que ya no se ve y no únicamente en la narrativa peruana: la sola comunión con la palabra.
Fernández pertenece a esa selecta galería de autores ocultos de la literatura peruana, llámalo, si prefieres, autores para lectoescritores. Sin embargo, no caigamos en la confusión, puesto que solo los elegidos pueden ser ocultos. El escritor oculto se justifica en una actitud que yace en su propia voluntad de ser tal. En este sentido, si tendríamos que hermanar a Fernández, lo haríamos con Luis Loayza y el poeta José Cerna, autor de Ruda.
El caso de Fernández viene marcado por la extrañeza. Queda claro que no nos enfrentamos a una poética a la búsqueda de la referencialidad del gusto mayoritario. No. La propuesta de este escritor tiene coordenadas fijas e innegociables: el lector con lecturas / el lector con formación / el lector ecléctico. En estas fronteras, Fernández destaca como pocos: una tramposa sencillez narrativa propia del que se sabe un muy buen escritor, pero al que no le interesa que se le reconozca de esa manera. Claro, no le interesa ese reconocimiento, porque esa es tarea del admirador, del cazador de la sensibilidad de la escritura.
Cuando se publicó relatos aparentes, en edición del crítico José-Ignacio Padilla (incluyamos también Breviario aparente (2006), bajo el cuidado del poeta y músico Renato Gómez), supuso un acontecimiento. Padilla rescató los relatos del escritor, al que nos presentó como un autor que no era dueño solo de contados textos cartografiados en revistas. Esta publicación fue muy saludada por la crítica en medios y todo indica que agotó la totalidad de su edición.
¿En qué se sustentaba la radiactividad de Fernández? Los "relatos aparentes" incluidos en este libro de poco más de medio millar de páginas, muestran un mestizaje de registros que transitan en su naturalidad, ajenos al coto genérico.
Cualquier asunto es pretexto para Fernández. Más allá de respetar o no linealidades narrativas o criterios básicos argumentales, se impone en el lector la mirada de un autor que sabe observar y, en especial, la cualidad de su escritura nerviosa. Es precisamente esa confluencia la que permite un diálogo con el lector, a quien, dicho sea, le importa poco o nada la dirección que tomará lo relatado, fijando su atención en la pulsión armónica e incómoda de la prosa.
No son pocos lectores duros los que desconocen a Fernández. Entre quienes hicieron esfuerzos por visibilizarlo, es justo consignar a Padilla, Gómez, Iván Thays y Carlos Calderón Fajardo. En su momento, Carlos me habló de la necesidad de difundir más la obra de este autor con el que mantuvo intercambio epistolar. El libro que tengo, es modesto, pero con buen gusto. En la portada, a saber, “Cuadrado negro y cuadrado rojo” (1915) de Kazimir Malevich.
Si yo fuera editor de libros en actividad, tendría a Gastón Fernández en la mira. Hoy existen más vías de financiación que antes, pensemos en los estímulos económicos del Ministerio de Cultura. Fernández cumple con una necesidad cultural, porque tiene un público objetivo que sintoniza con la manera en que asumía la literatura. Me extraña que desde el 2002/2006 no hayamos tenido más noticias editoriales de su obra. Quizá pueda estar equivocado, pero al momento de cruzar información, no veo más. Su insularidad juega a favor de su leyenda. Recuerdo atractivas notas periodísticas sobre el impacto que despertaba su figura, impacto que se legitimaba con la lectura de su obra (la que estaba disponible, se entiende).
Se colige que Gastón Fernández no es un autor llamado a ser popular. No importa. Es un escritor de estilo, de sensaciones y atmósferas, con mucha biblioteca y vitalidad contenido. Que la nueva generación de lectores duros lo conozca y discuta. En Perú sobran los lectores exigentes. Me consta.