Vecinos que no se conocen, que se cruzan y no se saludan, absortos en la individualidad más cruda. Inversores sin cara que pescan en ríos revueltos, que fuerzan a irse a los inquilinos, indefensos porque no pertenecen a ninguna comunidad; son un portal, un número, un tachón más en la libreta del especulador. Precios desorbitados, viviendas que son negocio, gente que se aleja de su ciudad porque no puede pagar siquiera una cama. Pisos vacíos a la espera del pelotazo, gente que vive en la calle, anónima ante el ritmo voraz del negocio y la no pertenencia. Es la otra cara de Alicante, la ciudad que vende turismo pero que también aprobó una ordenanza para multar a personas que dormían en la calle.