Donald Trump inicia su segundo mandato con una experiencia en el ejercicio del poder que no tenía en 2016 y con un programa y un equipo con el que no contaba en aquella fecha. Lo hace además con un odio acumulado y una sed de venganza que ha lanzado a los cuatro vientos de manera reiterada
“No todo puede ser transmitido por escrito”, decía Antonio Muñoz Molina, en su tribuna del pasado sábado en El País, “Exageración del aquelarre”. Nos venía a decir a los lectores que a él le resultaba imposible transmitir con palabras el acto protagonizado por Donald Trump en el Madison Square Garden de Nueva York en los últimos días de la campaña electoral. “No siempre se ha de descartar el adjetivo ”indescriptible“, añadía, ya que ”hay realidades que están más allá de cualquier descripción“. Y el acto del Madison Square Garden era una de ellas. Él había consumido seis horas siguiéndolo y venía a decirnos que el que quisiera saber lo que allí había pasado, tendría que hacer o mismo. Conectarse a través de la televisión o el ordenador y consumir seis horas contemplando el ”aquelarre exagerado“.
La verdad es que, en mi opinión, Antonio Muñoz Molina exagera un poco, ya que en la tribuna hace entender al lector lo que ocurrió en dicho acto. Por eso, recomiendo a los lectores que lean la tribuna, porque vale la pena. Transmite de una manera accesible no solamente lo que fue ese acto concreto, sino lo que ha sido la trayectoria de Donald Trump a lo largo de toda la campaña electoral. Una campaña en la que ha ido de menos a más hasta acabarla con unos tintes tan negros que hacen que el autor de la tribuna la acabe con las siguientes palabras: “De tanto oír aumentativos, siempres y jamases, a mí también se me ocurrió uno: nunca en mi vida he tenido tanto miedo de unas elecciones”.
Me imagino que, una vez conocidos los resultados de las elecciones, no solamente el autor de la Tribuna, sino centenares de millones de personas esparcidos por todo el planeta tendrán miedo como no lo han tenido nunca antes de un proceso electoral.
Ya nadie puede llamarse a engaño. Donald Trump representa a una mayoría electoral de los ciudadanos de Estados Unidos, que lo ha elegido sabiendo perfectamente que era un delincuente, que había sido ya condenado en más de una ocasión y que no lo había sido más veces, porque había conseguido que varios de los procesos por los que tenía que ser juzgado, fueran pospuestos con una colaboración, en algunos casos escandalosa, de miembros del poder judicial en general y del Tribunal Supremo en particular.
Donald Trump inicia su segundo mandato con una experiencia en el ejercicio del poder que no tenía en 2016 y con un programa y un equipo con el que no contaba en aquella fecha. Lo hace además con un odio acumulado y una sed de venganza que ha lanzado a los cuatro vientos de manera reiterada.
Lo hace también con una decisión del Tribunal Supremo que le otorga una suerte de patente de corso para ejercer el poder desde la presidencia como le parezca oportuno, sin que se le pueda exigir responsabilidad alguna por ello.
Esto no ha ocurrido nunca en la historia constitucional de los Estados Unidos. El presidente Donald Trump en este segundo mandato va a ser presidente en unas condiciones en las que no lo han sido ninguno de sus predecesores. Ni siquiera él mismo entre 2016 y 2020.
El 20 de enero de 2025, cuando tome posesión de su cargo, se inicia un periodo respecto del cual no existe precedente en la historia americana. Qué puede hacer un presidente que se considera, con el aval del Tribunal Supremo, que está por encima de la ley y que no tiene límites en el ejercicio del poder, es algo que no se ha conocido hasta la fecha.
La mayoría de la que dispone en el Senado le permite, además, seguir designando jueces federales y jueces del Tribunal Supremo si se produjera alguna vacante y lo pone al abrigo del impeachment. Donald Trump va a disponer de un poder del que no ha dispuesto ningún gobernante en la historia de la Humanidad.
Con esta realidad es con la que hay que contar a partir del próximo 20 de enero. Y esa es la herencia que Donald Trump dejará para el futuro. El único límite que se mantiene en el sistema constitucional americano para el presidente es la limitación de los dos mandatos.
Dicha herencia se circunscribe al sistema político de los Estados Unidos, pero es una herencia que nos afecta a todos por razones que no creo que sea necesario explicar.
Si Antonio Muñoz Molina expresaba su miedo el 2 de noviembre, me imagino que el resultado electoral del 5 lo habrá acrecentado. Como a todos.