Ahora 'casa' significa nada, representa la gran pérdida de los supervivientes. Si ha quedado en pie significa barro y basura. También quiere decir gratitud, si pudiste subir al piso de arriba
A veces las imágenes explican con claridad un acontecimiento. La fotografía de una calle de Sedaví colmada de coches amontonados es una de ellas. Refleja la devastación a la perfección, no hay más que añadir. Otras imágenes logran el efecto contrario: desatan la imaginación. Me he quedado absorta varias veces mirando la foto de una pizarra en un colegio de Sedaví. Se ve la fecha escrita en la esquina superior izquierda del encerado: 29 octubre 2024. Es el día en que allí se detuvo la vida como la conocían. Es tan verdadera que se adivina el polvo debajo del 9. Todos los que fuimos al colegio con pizarras sabemos que las maestras borraban el número de la unidad con la mano y actualizaban el día. Justo debajo se ve una línea marrón: la marca de la altura a donde llegó el agua. Para un niño, esa cicatriz representa las fauces de un monstruo enorme, tres o cuatro veces su altura, señalada allí, en ese rincón de la pizarra donde sólo llega la maestra alargando el brazo. Tal vez el monstruo que engulló a su madre o a su amigo.
Justo debajo de la fecha, un velo fangoso y sucio cubre casi toda la pizarra, dejando entrever las palabras que aquella mañana fatídica escribió la maestra. Se adivinan pero apenas se pueden leer. Representan todas las palabras que han cambiado su significado en Sedaví, Paiporta, Benetúser, Alfáfar, Picanya, Catarroja, Chiva, Massanassa, Torrent…
“Hijos” no significa lo mismo. En los pueblos y ciudades devastados apenas hay niños y niñas en la calle. Siguen encerrados. Las familias que tienen amigos o familiares en zonas seguras libres de barro los ha mandado fuera. “Hijos” ahora significa refugiados climáticos, tal vez los primeros refugiados climáticos de España, desde luego los primeros en una gran catástrofe.
“Casa” ya no significa casa. Una dice casa y se siente segura. Existe ese lugar común: cuánto apetece quedarse en casa, sentada en el sofá y con mantita, cuando fuera cae la lluvia. Ahora casa significa nada, representa la gran pérdida de los supervivientes. Si ha quedado en pie significa barro y basura. También quiere decir gratitud, si pudiste subir al piso de arriba.
“Coche” hasta hace diez días era un medio para desplazarse. Ahora coche significa ataúd y trampa, significa barrera y escombrera. El coche en nuestra sociedad es también un símbolo de estatus. Según he leído, en uno de los pueblos de la zona el 95% de la gente ha perdido el vehículo. Ese coche que cuelga de la pinza de una grúa y que acaba sobre un montón de chatarra, en un desguace improvisado, representa en qué se ha convertido el estatus en las más de setenta poblaciones afectadas.
“Respirar” ahora significa celebrar: estoy viva. Pero también equivale a oler a putrefacción cada vez que una inhala, soportar esa pestilencia: barro reconcentrado con basura, aguas fecales mezcladas con agua potable, quizá con restos humanos. Respirar es vivir y la vida huele muy mal para un millón de damnificados.
“Caminar” ya no significa poner un pie detrás de otro en una calle asfaltada. Caminar significa chapotear, resbalar, caerse en el barro. Para la gente mayor, significa peligro; para la gente joven, recorrer varios kilómetros con el fin de lavar la ropa en casa de una amiga.
“Comprar” no significa casi nada. En muchas poblaciones no hay tiendas, porque todas han quedado arrasadas. Me pregunto qué proceso de adaptación tiene que hacer el cerebro para sustituir la frase “voy a comprar comida” por “voy a conseguir comida”. No hay víveres a cambio de dinero. Más aún, el dinero ha pasado a un segundo plano y la única forma de comer es ponerte en una cola de reparto.
“Dormir” ya no significa descansar. Significa miedo si la riada reventó la puerta de tu casa y aún no has conseguido que te la arreglen. Significa dormir cada noche con un cuchillo bajo la almohada, porque estás en la calle. Cierras los ojos, pero no estás durmiendo, sólo caes derrotado por el agotamiento físico y mental.
Pasará mucho tiempo hasta que la zona inundada recobre la vida que tenía antes de la riada. Pero la ansiada normalidad se empezará a recuperar cuando las palabras más básicas de nuestro vocabulario -hijos, casa o respirar- vuelvan a significar lo mismo que hace diez días.