La victoria de Trump en las elecciones en Estados Unidos da alas a la agenda reaccionaria, afectando directamente sobre los equilibrios geopolíticos en un mundo cada vez más incierto
La principal superpotencia occidental vuelve a estar en manos de una persona imprevisible, sin complejos y con una agenda reaccionaria. Donald Trump no solo ha ganado las elecciones, ha conseguido imponerse en una batalla cultural abierta en estos momentos en el mundo, muy vinculada a cómo se gestionan las consecuencias del cambio climático, cómo se atienden a los perdedores de la globalización y qué actitud tomar ante los avances feministas.
“Los demócratas han gobernado durante cuatro años instalados en el 'todo va bien' y fueron a las elecciones con un proyecto de 'ningún cambio' y esto es lo que pasa”, reflexiona Michael Galant, investigador senior en el Centro de Investigación Económica y Política (CEPR), en Washington, D.C.: “Incluso aunque este sea el último mandato de Trump, para cualquiera que tenga dudas en el Partido Republicano, se habrá demostrado que el giro a la derecha dura es una estrategia ganadora”.
“Por desgracia”, prosigue Galant, “tampoco tengo fe en que los demócratas aprendan la lección, y creo que apostarán por el 'vamos a movernos más a la derecha a coger el espacio concedido por los republicanos tradicionales anti-Trump”.
El congresista por Texas demócrata Greg Casar, miembro de la bancada más progresista del Capitolio, insistía en una entrevista en elDiario.es: “Si el Partido Demócrata no crea otra narrativa en la que se diga que los grandes bancos de Wall Street y las grandes corporaciones son las que están causando un incremento de precios, y que no se están aumentando suficientemente los sueldos a los trabajadores en Estados Unidos, entonces se queda sola la narrativa de Trump. Después de estas elecciones ya no podemos ser un partido demócrata que no tenga una narrativa clara de que somos el partido de la clase trabajadora y la clase media de este país”.
En efecto, viendo los datos de los perfiles de votantes, el de este martes es el peor resultado para los demócratas entre las clases bajas (hogares con ingresos por debajo de 30.000 dólares anuales) en dos décadas. Las casas con rentas entre 30.000 y 50.000 dólares, así como entre 50.000 y 100.000 dólares, se decantaron mayoritariamente por Trump. ¿Y qué ocurre entre los votantes de mayores ingresos? En los hogares de entre 100.000 y 200.000 dólares, el Partido Demócrata venció con un 53% de los votos (en 2020, en cambio, ganó Trump) y lo mismo ocurre con las rentas de más de 200.000 dólares, que se decantaron en un 52% por Harris.
“No debería sorprender mucho que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora les ha abandonado a ellos”, escribía Bernie Sanders tras las elecciones: “Mientras los dirigentes demócratas defienden el statu quo, el pueblo estadounidense está enfadado y quiere un cambio. Y tiene razón”.
Así, Donald Trump ha ganado gracias al voto de los trabajadores empobrecidos, los negacionistas del cambio climático y los reaccionarios ante el feminismo; Trump ha demostrado ser más fuerte que Harris en sectores sociales supuestamente afines al progresismo y que el Partido Demócrata daba por sentadas, como las clases más depauperadas o algunas minorías étnicas, y ha logrado derrotar a quienes se presentan con una agenda basada en la diversidad, los derechos reproductivos y el medio ambiente.
El manifiesto programático del futuro presidente dice así: en su capítulo como respuesta a la batalla contra el heteropatriarcado y la denuncia de la dominación blanca: “Recortar la financiación federal de cualquier escuela que promueva la teoría crítica de la raza, la ideología radical de género y otros contenidos raciales, sexuales o políticos inapropiados para nuestros hijos. Mantener a los hombres fuera de los deportes femeninos”.
Y para ayudarle a llevar a cabo ese programa, Trump ha decidido que Susie Wiles sea su futura jefa de gabinete, un poderoso puesto en el engranaje de la Casa Blanca: “Susie Wiles acaba de ayudarme a lograr una de las mayores victorias políticas en la historia de Estados Unidos, y fue una parte integral de mis exitosas campañas de 2016 y 2020 ... Susie es dura, inteligente, innovadora, y es universalmente admirada y respetada. Susie seguirá trabajando incansablemente para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande. Es un honor bien merecido tener a Susie como la primera jefa de gabinete de la historia de Estados Unidos”. Wiles es una veterana operadora política a la que se considera parte fundamental en la victoria electoral de Trump.
El mundo que se inaugurará a partir del próximo 20 de enero tendrá en la Casa Blanca a alguien que ha dicho que dejará a su suerte a los aliados de la OTAN si no pagan las facturas; que ha reconocido tener buenas relaciones con Putin, y que tiene buenas relaciones con aquellos que más sintonía demuestran con el presidente ruso en Europa, como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, con quien habló poco después de ganar las elecciones.
“Es una persona valiente”, ha dicho Putin tras conocer el resultado electoral, en referencia a la reacción de Trump después de que le dispararan durante un mitin en Butler (Pensilvania), en julio pasado: “La gente se muestra cómo es en circunstancias extraordinarias. Ahí es donde una persona se revela. Y él se mostró, en mi opinión, de una manera muy correcta, valiente. Como un hombre”.
Putin también afirmó que Trump había sido “acosado por todas partes” en campaña, y le dio la enhorabuena por la victoria. “Lo que dijo sobre el deseo de restablecer las relaciones con Rusia, de poner fin a la crisis ucraniana, en mi opinión, merece al menos atención”, dijo el presidente ruso.
Putin dijo estar «dispuesto» a dialogar con Trump, criticando a otros líderes mundiales que «solían llamarle cada semana» pero que ahora han dejado de hacerlo. Trump, por su parte, dijo el jueves en una entrevista con la cadena NBC que Putin no estaba entre las decenas de líderes mundiales con los que ya había hablado, pero que esperaba una llamada pronto. «Creo que hablaremos», dijo Trump.
Mark Leonard, director del think tank ECFR, alerta de que “es peligroso no tomarse en serio a Trump y no prepararse para un mundo nuevo. Europa necesita aprender a defenderse con menos Estados Unidos”. Célia Belin, directora de ECFR París, dice por su parte:“La reelección de Trump tendrá consecuencias históricas, en términos políticos y geopolíticos. Los Estados Unidos liderados por Trump plantearán desafíos sin precedentes a Europa en una amplia gama de cuestiones globales: Ucrania, la OTAN, China, el comercio mundial y el clima. Dentro de su propio partido tendrá que lidiar con diferentes doctrinas de política exterior. Los ”primacistas“ (que quieren que EEUU mantenga una política exterior hegemónica); los 'moderados' (que quieren que EEUU se centre en cuestiones internas); y el creciente bando de los 'prioritarios' (que quieren que EEUU se centre en China). Los dos últimos bandos son los más influyentes en la órbita de Trump, y su perspectiva es que Estados Unidos debería quitar prioridad a Europa y desvincularse de las alianzas”.
La administración Biden nunca rompió con Benjamin Netanyahu, ni siquiera presionó con un embargo de armas para detener la matanza en Gaza. El propio jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha dicho en más de una vez que si EEUU no quiere masacres en Gaza, lo que tiene que hacer es dejar de proporcionar armas a Israel.
Peter Beinart, profesor en la Newmark School of Journalism de la City University de Nueva York, escribía este jueves en The New York Times: “Durante décadas, los dirigentes del Partido Demócrata han tratado la lucha por la libertad palestina como un tabú. Harris pensó que era más sensato hacer campaña con Liz Cheney que, por ejemplo, con la congresista [musulmana de Michigan] Rashida Tlaib. A pesar de la abrumadora evidencia, su campaña no pudo ver que entre los votantes progresistas, la excepción de Palestina ya no se aplica”.
“Solo hay un camino a seguir”, escribe Beinart: “Aunque requerirá una feroz pelea interna, los demócratas, que afirman respetar la igualdad humana y el derecho internacional, deben comenzar a alinear sus políticas sobre Israel y Palestina con estos principios más amplios. En esta nueva era, en la que apoyar la libertad palestina se ha convertido en un elemento central de lo que significa ser progresista, la excepción palestina no solo es inmoral. Es políticamente desastrosa. Durante mucho tiempo, los palestinos de Gaza y otros lugares han estado pagando esa excepción con sus vidas. Ahora también lo están pagando los estadounidenses. Puede costarnos la libertad”.
En todo caso, Donald Trump irá mucho más lejos en su apoyo a Israel, con lo que eso supone en el impulso a la nueva configuración del mapa de Oriente Próximo que está impulsando Netanyahu. Así lo dice en su programa: “Apoyaremos a Israel y buscaremos la paz en Oriente Próximo”. Benjamín Netanyahu saludó así la victoria de Trump: “Tu histórico regreso a la Casa Blanca ofrece un nuevo comienzo a Estados Unidos y una vuelta al compromiso con la gran alianza entre Israel y Estados Unidos. ¡Es una gran victoria!”.
Es un mundo también en el que sale premiada una forma de hacer política contagiosa, con ramificaciones en América Latina y Europa, que se fundamenta en las mentiras, las manipulaciones y las medias verdades, en la intoxicación del debate público, en la deshumanización del oponente y en su persecución: se ha visto en el Brasil de Jair Bolsonaro, en la Hungría de Viktor Orbán, la Argentina de Javier Milei, el Israel de Benjamín Netanyahu o el Reino Unido de Boris Johnson.
Y esa concepción del mundo y la política tienen a su principal valedor al mando de Occidente, que jugará a llevarse bien con Rusia y a enfrentarse a China, a minar organizaciones multilaterales como la ONU –ya se salió de la OMS durante la pandemia de la COVID-19–, a alimentar la escalada militar.