Nayib Bukele, reelegido para un segundo mandato presidencial en El Salvador en un proceso electoral cuestionado por no cumplir con los estándares internacionales y violando la Constitución, vendrá a Costa Rica el 11 de noviembre en visita oficial.
El presidente cool o millennial, como se le conoce, se comprometió durante su primer período con dos objetivos: combatir la corrupción y la inseguridad causada por las pandillas Salvatrucha y Barrio 18.
Para ello, firmó con la OEA en el 2019 la creación de la Comisión Internacional contra la Corrupción y la Impunidad (Cicies), que desde el comienzo controló y puso bajo la jerarquía del Ejecutivo sin ratificación legislativa.
La labor de la Cicies fue obstaculizada y no tuvo la colaboración del Ministerio Público. Cuando en plena pandemia se conocieron denuncias de corrupción de funcionarios en la compra de vacunas, la Comisión promovió las investigaciones, pero el 1.º de junio del 2021 Bukele expulsó a los miembros.
Actuó de la misma manera que el presidente Juan Orlando Hernández (condenado por narcotráfico en Nueva York) con la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras, en la que yo dirigí el Observatorio del Sistema de Justicia Penal de ese país.
La OEA me pidió formar parte de la Cicies para crear un observatorio similar, estaba por trasladarme a El Salvador cuando Bukele, para evitar denuncias de supuesta corrupción contra su gobierno, procedió con la expulsión.
La gestión de Bukele se caracteriza por la opacidad, la falta de rendición de cuentas y el ocultamiento de la información sobre el manejo de los fondos públicos.
En cuanto a combatir la inseguridad, Bukele optó por lo que se denomina “mano dura” para perseguir y controlar a las pandillas. En el 2022 decretó un régimen de excepción que se renueva mensualmente. Además, construyó la megacárcel llamada Centro de Confinamiento del Terrorismo y aumentó el encarcelamiento.
Como resultado del estado de excepción y el encarcelamiento masivo, Bukele logró casi eliminar a las dos pandillas y reducir la violencia criminal, particularmente la extorsión. Es lo que se denomina el modelo Bukele.
Según Tamara Taraciuk, directora del Programa Estado de Derecho del Diálogo Interamericano, el modelo Bukele es más que el estado de excepción y el encarcelamiento masivo. Coincido con ella, porque lo que Bukele consiguió solo es posible en una dictadura: ausencia del debido proceso, violación de derechos humanos, control de los poderes electoral, judicial y legislativo, y de instituciones como la corte constitucional y el ministerio público, además de la persecución de la prensa a la brava, sin pudor.
La noche de su reelección, Bukele se ufanó de que por primera vez en el mundo hay una democracia de partido único, algo que es una aberración teórica, porque para las ciencias políticas no existe tal cosa. Es un reflejo del delirio del presidente cool de diseñar un régimen que responda a su gusto y su visión de publicista, y la del asesor venezolano Lester Toledo, quien acuñó ese concepto.
Bukele militarizó el Congreso, dice que habla con Dios y hace un uso propagandístico de la fe, y gobierna a través de X.
En una especie de oportunismo ideológico, a veces es de izquierda; en otras ocasiones asume posiciones progres o de derecha, según la audiencia.
Gobierna apoyado en el nepotismo, con sus hermanos Ibrahim y Karim, como si se tratara de una monarquía, y con un grupo de asesores venezolanos que le ayudan a consolidar su modelo autoritario.
Distintos organismos internacionales, como Amnistía Internacional y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, denuncian las violaciones sistemáticas a los derechos humanos en nombre de la seguridad. En El Salvador, efectivamente, hay seguridad, pero no hay democracia.
Esta descripción de Bukele y su gestión de la inseguridad evidencia que su visita a Costa Rica es una afrenta a la tradición de civilidad de una de las democracias más respetadas del mundo. Por tanto, esa no es una visita de Estado.
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Cecilia Cortés Quirós es politóloga e internacionalista.
