La bandera enorme de EE.UU. ondeaba alto ayer en Mar-a-Lago, la mansión y club privado en West Palm Beach (Florida) del ahora presidente electo de la primera potencia mundial. Fuera, una seguridad férrea, un puñado de curiosos y algunos periodistas apuntando sus objetivos hacia el palacete de inspiración española que un joven Donald Trump adquirió en los años 80, cuando se convirtió en la estrella -fugaz- del ladrillo neoyorquino. Dentro, el próximo líder de EE.UU. estaba con su círculo íntimo de asesores y familiares. Son los primeros pasos de la transición hacia su segundo mandato. Después de dos días tempestuosos, de votación y de recuento, con amenaza de tormenta, con el océano revuelto, ayer salió el sol en la costa...
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