Enric Marco Batlle, sindicalista español de la CNT y supuesta víctima del campo de concentración de Flossenburg, mintió a todo el que quiso escucharle, y fueron muchos, si tenemos en cuenta que, en 2005, habló en el Congreso de los Diputados para reivindicar la memoria de sus compañeros de tortura. Toda la atención mediática que reclamó durante su vida de hiperactivo héroe jubilado la retuvo en su escarnio público como traidor. Marco sigue siendo un personaje fascinante para el cine, como demuestra «Marco», que Aitor Arregi y Jon Garaña («Handia», «La trinchera infinita») presentaron en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia. Hablamos con los cineastas vascos de secretos y mentiras, de «fake news» y, claro, de Eduard Fernández, que ya huele a Goya.
¿Qué les interesó de una figura tan controvertida como la de Enric Marco?
¡Llevamos dieciocho años con este proyecto! Al principio queríamos hacer un documental, porque el personaje es muy llamativo. A cada uno de nosotros, y ahí incluyo a los co-guionistas, nos interesaba de él algo distinto, pero hay algo que nos sorprendía a todos, que es cómo reacciona Marco cuando se descubre todo. En vez de quedarse en casa, como creo que yo haría con 84 años, él decidió hacer lo opuesto: ir a todos los medios de comunicación a defenderse y contar su verdad.
Su verdad, que seguía siendo una red de mentiras.
Nosotros llegamos a la conclusión de que él empieza a mentir por ser admirado, por ser querido. Y para ello crea un personaje, otro Enric Marco, porque así tiene mucho más éxito social. Él tenía una vida, digamos que normal, más bien tirando a triste, y de repente crea un personaje y los jóvenes universitarios de los finales de los 60 en Barcelona lo idolatraron.
Tengo entendido que en la relación que tuvieron con él también hubo sus engaños…
Cuando queríamos hacer el documental nos reunimos con él varias veces, y llegó un momento en el que nos dijo que quería ir a Alemania en busca de unos papeles que acreditaran que, aunque no había estado en un campo de concentración, sí lo habían metido preso en la cárcel. Queríamos grabarle, aunque no teníamos ni equipo, ni dinero, ni nada, pero nos dijo que era algo muy personal, que prefería hacerlo solo. Cuando volvió de ese viaje, nos informó de que había ido con otro equipo de cineastas. De ahí salió «Ich bin Enric Marco», de Santiago Fillol. En 2010, en el Festival de San Sebastián, ahí estaba Marco con su pareja y una butifarra en la mano, esperándonos, para plantearnos la posibilidad de retomar el documental. Y, después de tres días intensos de entrevista, con 15 horas de material, empezamos a pensar en hacer una ficción.
Es sorprendente lo oportuno que es un personaje como Marco, casi como un inventor de la posverdad.
Creemos que la película tiene más relevancia ahora que en 2006. Lo que podemos encontrarnos en redes sociales, esa desinformación premeditada que se viraliza, era algo que el propio Marco ponía en práctica en sus entrevistas. Cuando algo no le gustaba, confundía al interlocutor con datos falsos, opiniones, que maquillaban la realidad. Después de todo, él quería dar la mejor versión de sí mismo, que es lo que queremos hacer todos en X o Instagram.
Lo sorprendente es cómo no le descubrieron antes….
Nos interesaba mucho el personaje de su mujer. Es evidente que le ha pillado en la mentira y ha escogido creérsela. Hay algo voluntario. El primer impulso es juzgarla, pero luego te das cuenta de que su reacción es muy humana. Se trata de un pacto, de ese pacto que establecemos con el relato de los demás y también con el relato de nosotros mismos. Porque, al final, el relato de otro también repercute en el de uno.
Marco es el epicentro del relato, y con él, Eduard Fernández. ¿Cómo trabajaron con él?
En relación al personaje, queríamos dar la impresión de estar dentro de su cabeza, pero no en el sentido de empatizar con él sino de entenderle. Le pasamos todo el material que teníamos grabado a Eduard, se lo estudió, se documentó y empezó a analizarlo desde sus estrategias de actor, fijándose en sus gestos más característicos, como ese movimiento que hace con las cejas…. Y luego había que decidir con Eduard hacia dónde queríamos llevarlo. Físicamente se parece mucho, gracias también al trabajo de los maquilladores, pero tenía que ser nuestro Enric Marco, porque al final estás contando una ficción. Sabíamos que tenía que impregnarse de cierto histrionismo, pero haciéndolo muy cercano al espectador, y Eduard lo entendió muy bien. Es un personaje difícil, porque puedes escorarlo hacia lo cómico, porque es un charlatán, un superviviente, un tío que lucha siempre como gato panza arriba, pero, por otro lado, es un personaje muy trágico.
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Director: Aitor Arregi, Jon Garaño. Guion: Aitor Arregi, Jon Garaño, José Mari Goenaga, Jorge Gil Munárriz. Intérpretes: Eduard Fernández, Nathalie Poza y Sonia Almarcha. España, 2024. Duración: 101 minutos. Drama.
“Marco” no puede estrenarse en un momento más oportuno, la semana en que Trump ha ganado las elecciones y Mazón parece haberse olvidado de que nunca dio la alarma de la Dana valenciana. La mentira, por presencia u omisión, se ha convertido en el eje vertebral de nuestra relación con la realidad, incluso cuando los hechos nos estallan en la cara y demuestran que es una mala idea creer en el relato, sobre todo cuando la ideología corre el riesgo de pervertirlo.
Por eso “Marco” empieza con una claqueta: para demostrarnos que cualquier ficción tiene que dialogar con lo real en sus propios términos, poniendo sobre la mesa la transparencia de sus estrategias discursivas. Es lo que hace, después de todo, Eduard Fernández en su elaborado, espléndido ejercicio de mímesis: es tan Enric Marco, su imagen está tan construida en base a su modelo, que lo que acaba por enseñar es su performatividad, lo que resulta de lo más coherente con un hombre que interpretó a un personaje en todas las esferas de su vida.
Teniendo en cuenta el precedente del fantástico documental de Santiago Fillol y la novela de Javier Cercas, podría pensarse que lo sabíamos todo de Enric Marco, ese tipo que aprovechó su labia para venderse como máximo portavoz de los supervivientes españoles de los campos de concentración nazi. Ese es el principal escollo que salvan Arregi y Garaño gracias al espectáculo de Fernández. Por lo demás, la película narra con tensa eficacia y neutra corrección el proceso de demolición de la identidad de un hombre que sacrificó cualquier principio ético por salir en la foto, por explicarse desde una ficción que le reservara un espacio como víctima en la Historia, y que fue capaz de creerse sus propias mentiras hasta el final de sus días.
“Marco” no desencripta el misterio de tan fascinante personaje, como tampoco explica cómo es posible que nadie se diera cuenta de sus engaños, tal vez porque era un hombre menos misterioso de lo que parecía. Su único misterio fue que quería ser Otro, y ese Otro acabó devorándolo en público.
Lo mejor:
Eduard Fernández, que se mimetiza con su personaje organizando la puesta en escena de una gran mentira.
Lo peor:
Apunta, pero no lo suficiente, una dimensión meta que podría haber sido más productiva.
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